domingo, diciembre 30, 2007

Hoy me hiciste falta

Las gotas seguían cayendo del tubo y poco le importaba que al chocar con el suelo salpicaran y le mancharan el pantalón. Hace más de una hora que estaba sentado en la misma posición, con las rodillas elegantemente recogidas, los brazos sobre ellas y con su espalda en el muro, encopándose de su cabeza que apuntaba hacia el cielo.

Las estrellas le eran indiferentes, ninguna brillaba demasiado, o lo suficiente como para llamar su atención. Se entretenía sólamente respirando. Y a esas alturas respirar significaba prolongar la espera por un sueño mejor. O talvez despertar. Él sinceramente deseaba poder despertar pero era imposible negar la veracidad del goteo incesante, del frío tenue y comprimido, de las estrellas displicentes y su latencia hipersensible. Su entorno y todo lo que no fuera su fisiología interior estaba mutenado, excepto por la gotera que se confundía en un solo sonido con el latir de su corazón. Empezaba a caerle el sueño encima, y su respiración se quería transformar en un bostezo. Pero él no lo permitiría, porque sabía que era un sueño que trataba de escapar, y por lo general los que se van en los bostezos son los mejores. Y él quería mantenerlos consigo hasta despertar o, sencillamente, pertar. Hace rato ya había dejado de mirar hacia el cielo y se había enfocado en no dejar que sus sueños se le fugasen por los labios, por pequeña que fuese la abertura, no lo permitiría. De repente empezó a escuchar a un grillo oculto entre las hojas del arbusto a su lado y lo miró con pasividad, hasta se podría decir que con simpatía le entregó una sonrisa. El mundo se le desenmudecía, pero esas estrellas seguían igual de parcas, y él volvía a incorporarse como parte de él.

Se puso de pie, sacudió sus manos y tragó otro sueño rebelde, se irguió y, luego, con las manos en los bolsillos a paso lento abandonó el muro y la gotera. Aún esos sueños seguían revolviéndose cerca de la puerta de salida, y uno que otro le patinaba por el oído susurrándole el nombre de quién participaba en el reparto principal. Él la recordaba y sonreía con inconmesurable paz. Pronto volvería. Y con mayor determinación decidió mantener su boca cerrada hasta tranquilo poder descansar y ser invadido por el sopor de la dulzura de ese nombre.

miércoles, diciembre 19, 2007

Azúlvido

Era un vacío en las nubes, algo azulado de bordes grisáceos. Sus ojos eran capaces de captar una escala de tonos que lo fascinaban por completo y lo llevaban a memorias olvidadas que lo estremecían desde lo más profundo a la capilaridad más superficial de su menudo cuerpo. Erguido miraba encantado ese espacio abiertamente limitado por las nubes que acusaban la tormenta por venir. El viento era constante y sensual haciendo que su pelo se deslizara dificultosamente por sus anteojos. El cielo estaba por poco copado de esas nubes que lo único que querían era dejar la lluvia caer. Y todas querían chocar para tronar y relampaguear pero chocaban sus hombros alrededor de ese espacio azul vívido.

Él miraba con asombro la escena que esperaba nunca acabara, pero sabía que llegaría el momento en que el cielo se cerraría y el aguacero se lo llevaría en su corriente. Entonces decidió partir sin agotar por el todo la visión del agujero de la gran pantalla. Tomó su libretita de notas que reposaba en los dedos de su mano y la contratapa que buscaba unirse con las raíces del sauce. Cuando la intentó sacar, ella seguía aferrada de las raíces y el árbol pareció gemir de pena al perder el tacto con esa libreta que le confidenciaba las tibias letras de ese hombre de lentes. Él la apretó fuerte a su pecho y caminó a paso corto, lo único que le permitían sus piernecitas. Su preocupación por no ser tocado por la lluvia amenazante lo privó de escuchar el llanto desgarrador del sauce que había dejado atrás y desolado. Las espigas se empezaban a mecer cada vez más notoriamente mientras avanzaba y dejaba atrás a un gigante desmoronándose en lágrimas que colgaban de su ser. Soslayó hacia el cielo y vio que se iba consumiendo a resistencia el azul frente al plomo. Apretó aún más su libretita y avanzó más rápido, una gota, dos gotas y perdió la cuenta. La lluvia lo había atrapado y con él se entretendría durante todo su camino. Miró hacia arriba sin entender por qué, mirando no haría parar la lluvia ni encontraría alguna razón a algún tipo de pregunta. Se podría definir como una mirada de disgusto o decepción, nada más. Se acomodó los anteojos y empezó a correr, impidiendo que alguna gota osara lacerar alguna página o el cuero que las protegía. Corrió con desesperación de esa lluvia que lo perseguía y a lo lejos las lágrimas seguían colgando y gritando por su vuelta.

Pero una gota fue precisa al caer sobre una piedra en su sendero que lo hizo resbalar. Cayó bruscamente sobre la tierra mojada que empezaba a tomar forma de barro, el cual salpicó sus lentes. Se recompuso aún tendido de pecho en el piso y miró hacia al frente, su libreta de anotaciones se le había soltado en el momento de caer y yacía abierta bajo la lluvia.
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