Estábamos viendo a los osos polares que hay en el zoológico cuando empezó el terremoto. Todos salieron corriendo, empujando a quien fuera que estuviera adelante, aplastando cualquier obstáculo, pensando en la propia salvación. Los animales que segundos atrás estaban de lo más pacíficos deleitando a su afición humana, ahora estaban cambiados, se volvieron hiperkinéticos y mostraban sus dientes a lo que se moviera frente a sus ojos. Yo me aferré fuertemente de la baranda del mirador hacia los ursidos polares. Mis amigos corrieron y se esfumaron entre las masas corredoras que pensaban estar más seguras corriendo que enfrentar estáticos el terremoto. Pero la cosa no es así, muchos de ellos murieron aplastados por los pies de otros, mientras unos pocos preferían llenarse los pulmones con aire con gas para encontrarse con la muerte, con el temor de que la tierra se abriera y cayeran por un precipicio y llegar hasta China, muriendo en el camino. El pánico se multiplicaba y se alienaba al aire, tan rápido y feroz como el jaguar que encontró su jaula abierta y devoraba los jugosos cuerpos que escapaban desesperados.
El temblor se volvió cada vez más fuerte, el suelo empezó a agrietarse, la aureola del sol sofocaba, la sombra presagiaba la muerte, el aire embriagaba y las pisadas llenas de temor ensordecían hasta al corazón. Los cimientos empezaron a perder fundamentos y las instalaciones buscaron abrazar el suelo, y mi varanda sufrió ese amor repentino, pero hacia el lado equivocado. Por el miedo que tenía, mis dedos no se despetrificaron y soltaron el fierro negro, y caí para saborear el hielo en pleno verano. El tramo desde el suelo al suelo me mató poco a poco y me presentó el paraíso. Pero la caída me despertó, y con mi boca teñí de gala un pedazo de hielo, me levanté con el cuerpo adolorido y antes de poder ver que tenía a la familia oso rodeándome, y no cordialmente, un zarpazo me hizo regresar el piso resbaladizo. Las garras y colmillos llenos de miedo me ultrajaron cada centímetro de mi cuerpo, y cuando mi alma dejó mi cuerpo, viendo como los asustados albinos de nariz negra lo despedazaban, vio a lo lejos lo que había visto cinco segundos antes. Pero mi alma se apuró mucho, y no notó que el alma de un muro la aplastó, dándole la muerte instantánea.
Entonces nunca pude llegar al paraíso que en algún momento ví y me encantó, ahora me tengo que conformar con este limbo donde tengo que escribir cartas para que me acepten en el paraíso y lo único entertenido que hay son las tardes de limbo, los Jueves a las 5 pm.
