Entre el muro y el pasamanos
Se encontraron en la escalera de caracol, en esa fría escalera donde cuelgan los grandes y lúgubres cuadros del siglo pasado de los antepasados. Cuando sus miradas esquivaron las ondas del aire, para encontrarse como dos nubes negras en una tormenta tropical, pareció como si el tiempo se detuviera. No lo hizo en realidad, pero pareció.
Las fibras de sus vestidos se tensaron, los peldaños se congelaron y las moscas cayeron espantadas. Sus ojos perforaron violentamente los de ella, y los de ella a los de ella. El ébano de la que subía envolvió de noche a la que bajaba. Y el esmeralda de la que bajaba, a la que subía, la ahogó en su lozanía y transparencia que la otra tanto odiaba de ella. Las palabras no fueron necesarias, sus pupilas lo dijeron todo, absolutamente todo. Ni una mueca ni intimidación, sólo la mirada fija en la otra refrescada por propios parpadeos. La que se acercaba al cielo, juntaba sus párpados tósca y precipitadamente, y la que se aproximaba al núcleo, con fineza y medida altiveza, la denigraba más aún.
La batalla en ese instante estuvo balanceada, pero la balanza se cargo hacia abajo, en la dirección que guiaba la femeneidad personificada. El resultado se sintió en ambos lados, cuasando satisfacción y una inmesa frustración. Todos sabemos quién debería haber sido la derrotada, pero la justicia no es virtud del destino. No... no lo es.
Las fibras de sus vestidos se tensaron, los peldaños se congelaron y las moscas cayeron espantadas. Sus ojos perforaron violentamente los de ella, y los de ella a los de ella. El ébano de la que subía envolvió de noche a la que bajaba. Y el esmeralda de la que bajaba, a la que subía, la ahogó en su lozanía y transparencia que la otra tanto odiaba de ella. Las palabras no fueron necesarias, sus pupilas lo dijeron todo, absolutamente todo. Ni una mueca ni intimidación, sólo la mirada fija en la otra refrescada por propios parpadeos. La que se acercaba al cielo, juntaba sus párpados tósca y precipitadamente, y la que se aproximaba al núcleo, con fineza y medida altiveza, la denigraba más aún.
La batalla en ese instante estuvo balanceada, pero la balanza se cargo hacia abajo, en la dirección que guiaba la femeneidad personificada. El resultado se sintió en ambos lados, cuasando satisfacción y una inmesa frustración. Todos sabemos quién debería haber sido la derrotada, pero la justicia no es virtud del destino. No... no lo es.
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