Sulfuro
Pensé que sería mucho más fuerte, algo que en su pleno clímax nos siguiera preocupando su comienzo. Algo que con el viento que lo precediera bastara para acabar con cada una de nuestras células. Pero no fue así, fue algo mediocre.
Las nubes se cerraron bruscamente y el sol de mediodía que aún no se acostaba en la costa, las pintó de rojo. El viento se aceleró y comenzó a botar todo lo que hubiese a su paso, postes, torreones y aviones. Era un verdadero espectáculo ver a los ilusos helicópteros de los noticieros desarmarse entre las diferentes corrientes que fluían. Las hélices se doblaban en todas direciones y el cuerpo completo se iba de pique a tierra explotando contra los edificios. A varios se les ocurrió que esto podría haber sido un ataque terrorista, algo utópico a decir verdad, pero se les ocurrió. De hecho, por los ideales que yo tenía de este momento que sabía llegaría, también se me pudo pasar por la cabeza. Lo único que me aseguró que era el tan temido fin, fue la visión de unos seres que ahí no debían estar que tuve. Nadie más los podía ver parece, porque eso si que impresionaba y asustaba, pero todos estaban aterrorizados porque la tierra se agrietaba y las montañas gritaban ensordecedoramente. El pequeño Fred apenas sintió el primer temblor, se encerró en el bunker, y como qupongo que entró en pánico no le abrió a nadie más. Ni a sus padres ni a mí, a nadie. Ese pequeño, con sus ojos puros de niño, debió ver algo terrible, de esas cosas que solo existen en pesadillas, pero peor. Porque antes de cerrar la puerta del bloque donde está ahora, sentí en su presencia una pérdida de sí mismo que jamás había sentido, no me atrevería a decir que había perdido su fé, sino que él sabía algo que nadie más podía saber. Desde aquí, al lado de la puerta al bunker que no se va a abrir, puedo ver como la gente corre en cualquier dirección, sin saber adonde van. El pánico es de ellos, pero yo estoy sereno, yo sé que un final como este no puede acabar con alguien que estaba preparado a morir con un final espectacular. Por más que esperaba la llegada de mounstros feroces y una catástrofe magnífica, no llegaban, me estaba desilusionando. Los simos se hicieron más fuertes, la tierra se cortaba como una torta frente a mis pies y el aire estaba furioso. Y recién ahí me di cuenta que no era el fin que esperaba por el lado que esperaba que llegase. Era una burla, no era lo que pronosticaban los libros, sino lo que un renegado quería hacer. El azufre lo inundó todo, se hacía difícil respirar, entonces los ojos de Fred se hicieron míos. Empecé a ver cosas que nadie debería, ya no veía personas, veía colores que se apagaban, colores brillantes que se apagaban. Ellos corrían por todos lados, y unos animalejos nunca antes vistos se paseaban parsimoniosamente por todas partes. Les daban zarpazos a los colores que corrían y los iban apagando cada vez más. Era triste lo que se veía desde aquí, y más me aferré a la entrada al bunker. El azufre me empezó a carcomer, pero más fuerte me aferraba a la manilla. Cerré los ojos como si amortiguara el dolor, pero no servía, y cuando abrí mis ojos lo encontré frente a mí. Esto debió haber sido lo que el pequeño Fred vio o sintió. Era imponente y nada parecido a lo que me imaginaba. Desprendía de él una seguridad impresionante y te achicaba con la vista. Y si te miraba directo a los ojos, el miedo te embriagaba y se apoderaba de ti. Yo no podía irme en este tren, ya estaba resignado a irme por voluntad de Dios, no por un traidor. Entonces apreté lo más fuerte posible la manilla de la puerta blindada y vi un brillo encandilante salir de mí. A la enormidad que tenía alfrente no le inmutó ni un poco que yo no me estuviera apagando, sino que prendiendo cada vez más. Él estaba seguro que yo no sería obstáculo, pero de improviso se fueron prendiendo luces en todas partes, luces que empezaron a iluminar las tinieblas que lo habían copado todo. Entonces este mounstro colosal dio un paso atrás, reflejando un temor perdido, entonces me miró con rabia y me levantó su mano. Lo único que recuerdo es que las nubes se abrieron un poco, permitiendo la entrada de una luz enceguecedora que provocó el lamento de los despiadados seres que yo veía, y un golpe inevitable me noqueó.
Cuando desperté, noté el desastre que había quedado, era peor que los que cuentan las novelas. Sollozos se escuchaban por todas partes, la sangre de los heridos teñía el pasto de escarlata y ya no podía ver los colores que antes veía. El aire se había limpiado, ahora era fresco, y el cielo se había abierto para consolarnos con su azul. Me traté de levantar sin poder ver que yo estaba completamente desfigurado, pero no podía detenerme, la puerta del bunker estaba abierta. No me importaba cómo estuviera yo, tenía que buscar a Fred. No pude levantarme, así que me arrastré y empujé la puerta. Llegué hasta el fondo de la pieza y prendí las luces auxiliares para ver algo ahí. No vi nada, sentía el olor de mi hermano, pero no lo veía por ninguna parte. El muy desgraciado se lo había llevado, quizás todo esto fue por él. Quizás venía por él.
Las nubes se cerraron bruscamente y el sol de mediodía que aún no se acostaba en la costa, las pintó de rojo. El viento se aceleró y comenzó a botar todo lo que hubiese a su paso, postes, torreones y aviones. Era un verdadero espectáculo ver a los ilusos helicópteros de los noticieros desarmarse entre las diferentes corrientes que fluían. Las hélices se doblaban en todas direciones y el cuerpo completo se iba de pique a tierra explotando contra los edificios. A varios se les ocurrió que esto podría haber sido un ataque terrorista, algo utópico a decir verdad, pero se les ocurrió. De hecho, por los ideales que yo tenía de este momento que sabía llegaría, también se me pudo pasar por la cabeza. Lo único que me aseguró que era el tan temido fin, fue la visión de unos seres que ahí no debían estar que tuve. Nadie más los podía ver parece, porque eso si que impresionaba y asustaba, pero todos estaban aterrorizados porque la tierra se agrietaba y las montañas gritaban ensordecedoramente. El pequeño Fred apenas sintió el primer temblor, se encerró en el bunker, y como qupongo que entró en pánico no le abrió a nadie más. Ni a sus padres ni a mí, a nadie. Ese pequeño, con sus ojos puros de niño, debió ver algo terrible, de esas cosas que solo existen en pesadillas, pero peor. Porque antes de cerrar la puerta del bloque donde está ahora, sentí en su presencia una pérdida de sí mismo que jamás había sentido, no me atrevería a decir que había perdido su fé, sino que él sabía algo que nadie más podía saber. Desde aquí, al lado de la puerta al bunker que no se va a abrir, puedo ver como la gente corre en cualquier dirección, sin saber adonde van. El pánico es de ellos, pero yo estoy sereno, yo sé que un final como este no puede acabar con alguien que estaba preparado a morir con un final espectacular. Por más que esperaba la llegada de mounstros feroces y una catástrofe magnífica, no llegaban, me estaba desilusionando. Los simos se hicieron más fuertes, la tierra se cortaba como una torta frente a mis pies y el aire estaba furioso. Y recién ahí me di cuenta que no era el fin que esperaba por el lado que esperaba que llegase. Era una burla, no era lo que pronosticaban los libros, sino lo que un renegado quería hacer. El azufre lo inundó todo, se hacía difícil respirar, entonces los ojos de Fred se hicieron míos. Empecé a ver cosas que nadie debería, ya no veía personas, veía colores que se apagaban, colores brillantes que se apagaban. Ellos corrían por todos lados, y unos animalejos nunca antes vistos se paseaban parsimoniosamente por todas partes. Les daban zarpazos a los colores que corrían y los iban apagando cada vez más. Era triste lo que se veía desde aquí, y más me aferré a la entrada al bunker. El azufre me empezó a carcomer, pero más fuerte me aferraba a la manilla. Cerré los ojos como si amortiguara el dolor, pero no servía, y cuando abrí mis ojos lo encontré frente a mí. Esto debió haber sido lo que el pequeño Fred vio o sintió. Era imponente y nada parecido a lo que me imaginaba. Desprendía de él una seguridad impresionante y te achicaba con la vista. Y si te miraba directo a los ojos, el miedo te embriagaba y se apoderaba de ti. Yo no podía irme en este tren, ya estaba resignado a irme por voluntad de Dios, no por un traidor. Entonces apreté lo más fuerte posible la manilla de la puerta blindada y vi un brillo encandilante salir de mí. A la enormidad que tenía alfrente no le inmutó ni un poco que yo no me estuviera apagando, sino que prendiendo cada vez más. Él estaba seguro que yo no sería obstáculo, pero de improviso se fueron prendiendo luces en todas partes, luces que empezaron a iluminar las tinieblas que lo habían copado todo. Entonces este mounstro colosal dio un paso atrás, reflejando un temor perdido, entonces me miró con rabia y me levantó su mano. Lo único que recuerdo es que las nubes se abrieron un poco, permitiendo la entrada de una luz enceguecedora que provocó el lamento de los despiadados seres que yo veía, y un golpe inevitable me noqueó.
Cuando desperté, noté el desastre que había quedado, era peor que los que cuentan las novelas. Sollozos se escuchaban por todas partes, la sangre de los heridos teñía el pasto de escarlata y ya no podía ver los colores que antes veía. El aire se había limpiado, ahora era fresco, y el cielo se había abierto para consolarnos con su azul. Me traté de levantar sin poder ver que yo estaba completamente desfigurado, pero no podía detenerme, la puerta del bunker estaba abierta. No me importaba cómo estuviera yo, tenía que buscar a Fred. No pude levantarme, así que me arrastré y empujé la puerta. Llegué hasta el fondo de la pieza y prendí las luces auxiliares para ver algo ahí. No vi nada, sentía el olor de mi hermano, pero no lo veía por ninguna parte. El muy desgraciado se lo había llevado, quizás todo esto fue por él. Quizás venía por él.
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