En la Barra
Estaban sacando el maní que estaba en el pocillo de cristal, sobre la barra. Ambos se imaginaban cómo sería si sus manos chocaran al tratar de sacar comida al mismo tiempo, se morían de ganas de que eso ocurriera, las sacadas seguían y ellos seguían muriéndose de curiosidad. La mano desocupada de él, apretaba nerviosamente el vaso, mientras que la de ella, se asía de la copa.
Los mozos, el barman, los clientes e incluso el pordiosero tras la ventana, observaban aquel romance inminente. El destino los había sentado al lado del otro, el mismo destino que había destrozado sus vidas horas atrás. Las luces de neón azul que le daban un suave tono a las botellas de las repisas, daban un perfecto ambiente para que fuese el incio de una gran historia. Dependía de ellos, lo tenían todo; eran dueños del tiempo, del lugar, de ellos y, extrañamente, de las acciones del otro.
La duda y la ansiedad se habían sobrepuesto a las lágrimas. Él había olvidado el abandono de aquella tarde, en la que al entrar a su casa se encontró de súbito con la soledad, claveles marchitos y la carta fría sobre la mesita de la entrada. Entendía lo que había pasado, pero no podía entender por qué ella no se lo había dicho todo a la cara, en vez de refugiarse en las letras que quemaban su vista. Entendía las razones, sabía que habían algunas cosas con las que no se podía luchar, pero no entendía la forma. Creía que había confianza entre ellos, creía que por el amor que alguna vez hubo podrían haberlo conversado, pero no se podía, ya se había terminado, ella ya estaba lejos de él.
A un asiento de distancia, ella no había tenido que pasar por las tragedias del corazón. Jamás. Nunca había sentido el dolor de la pérdida, ya que nunca había sentido el sabor de la compañía. Sólo conocía la tristeza y compañía incómoda de la soledad. Incluso la vez que había estado cerca de apartarla, no lo logró. Con esa copa a medio terminar entre los dedos, había dejado a un lado el rechazo sufrido esa tarde con el sol crepuscular de testigo, eso ya era pasado y no importaba. Lo que en verdad le importaba era ese calor que sentía bajo sus ojos y ese tenue temblor en las pantorrillas, cosas que nunca antes había sentido. Ese asiento al lado del desconocido había bastado para olvidar la frustración y la bañaba de nuevas esperanzas.
Ninguno de ellos se conocía con anterioridad, quizás se habían cruzado sus caminos alguna vez, pero eran tan sólo una cara más entre las multitudes ambulantes. A pesar de eso, se sentían, y sentían lo que el otro sentía en ese momento, pero ninguno se atrevía a revelarse. Esa sensación inesperada los hacía sentir bien, los hacía dejar de sentir solos.
Los mozos, el barman, los clientes e incluso el pordiosero tras la ventana, observaban aquel romance inminente. El destino los había sentado al lado del otro, el mismo destino que había destrozado sus vidas horas atrás. Las luces de neón azul que le daban un suave tono a las botellas de las repisas, daban un perfecto ambiente para que fuese el incio de una gran historia. Dependía de ellos, lo tenían todo; eran dueños del tiempo, del lugar, de ellos y, extrañamente, de las acciones del otro.
La duda y la ansiedad se habían sobrepuesto a las lágrimas. Él había olvidado el abandono de aquella tarde, en la que al entrar a su casa se encontró de súbito con la soledad, claveles marchitos y la carta fría sobre la mesita de la entrada. Entendía lo que había pasado, pero no podía entender por qué ella no se lo había dicho todo a la cara, en vez de refugiarse en las letras que quemaban su vista. Entendía las razones, sabía que habían algunas cosas con las que no se podía luchar, pero no entendía la forma. Creía que había confianza entre ellos, creía que por el amor que alguna vez hubo podrían haberlo conversado, pero no se podía, ya se había terminado, ella ya estaba lejos de él.
A un asiento de distancia, ella no había tenido que pasar por las tragedias del corazón. Jamás. Nunca había sentido el dolor de la pérdida, ya que nunca había sentido el sabor de la compañía. Sólo conocía la tristeza y compañía incómoda de la soledad. Incluso la vez que había estado cerca de apartarla, no lo logró. Con esa copa a medio terminar entre los dedos, había dejado a un lado el rechazo sufrido esa tarde con el sol crepuscular de testigo, eso ya era pasado y no importaba. Lo que en verdad le importaba era ese calor que sentía bajo sus ojos y ese tenue temblor en las pantorrillas, cosas que nunca antes había sentido. Ese asiento al lado del desconocido había bastado para olvidar la frustración y la bañaba de nuevas esperanzas.
Ninguno de ellos se conocía con anterioridad, quizás se habían cruzado sus caminos alguna vez, pero eran tan sólo una cara más entre las multitudes ambulantes. A pesar de eso, se sentían, y sentían lo que el otro sentía en ese momento, pero ninguno se atrevía a revelarse. Esa sensación inesperada los hacía sentir bien, los hacía dejar de sentir solos.
1 Comments:
wena wena man, me enantan tus cuentos
eres un gran cuentero, nunca te he visto cuentiarte a una mina, pero haz de ser tan weno como en el blog xD
no dejes de escribir mientras lea =)
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