Aristocracia

Se acercó a paso lento hacia ella y le dijo:
-¿Me concedería esta pieza, madame?
A ella le extrañó que se lo pidiera él, sobre todo cuando no había ni un alma en la pista de baile, y ni siquiera la banda tocaba. Ella miró a sus hermanas que estaban al lado y a sus padres que estaban al otro. Ella no sabía que hacer con esta propuesta, pero él con ojos tiernos la miraba para que ella notara su convicción. Y la clavaba con sus pupilas. Fue cuando su hermana mayor le hizo un gesto con la cabeza para que fuera a bailar.
-Bueno...
Con voz tímida respondió. Él tomó su pequeña mano y la llevó al medio del salón, frente a los músicos. Los grandes candelabros iluminaban suavemente el lugar y la luz de la luna entraba por el tragaluz que estaba justo arriba de ellos y hacía ver magnífico el vestido celeste de la infanta y su pelo negro tomado. Nadie quitaba los ojos de encima de esa pareja de jóvenes que bailaban solos entre las mesas de la aristocracia. Entonces la banda les regaló una melodía tersa y envolvente, transformando la pista de baile en un mar de pétalos.
Por alguna extraña razón la niña se sentía bien con sus brazos en los hombros del joven y su cabeza apoyada en su pecho. Él se mantenía erguido mientras ella se entregaba casi por completo. Apenas se habían conocido y ya se sentían el uno para el otro.
-Quiero saber tu nombre.- le susurró
-Isolde, ¿y el tuyo?
-Tristán
-¿Qué quieres?
-Verte cada día de mi vida.
-¿Perdón? - respondió fingiendo estar ofendida por tal osadía.
-Lo que acabo de decir, he visto a través de tu pecho y quiero cobijar lo que ví. Quiero olerte cada mañana y encontrar mis fuerzas en tu espalda.
Dejó de hablarle al oído y le miró a los ojos. Ambos no podían mirar más profundo en el otro, no sentían lo que ocurría a su alrededor, eran, solamente, ellos y los pétalos.
-Entonces no me dejes nunca.
-Seré tu sombra.
-Cuídame.
-Con el filo de mi espada.
-¿Eres un caballero?
-Uno que ama.
-Pide mi mano entonces.
-Cuando cante el gallo lo haré.