Mustio
Se asomó sin siquiera avisar que venía. Tenía claro que tarde o temprano tenía que llegar, pero no pensaba que sería tan luego. Entonces me asomé por la ventana y vi lo que tenía que ver. Estaban todas cabizabajas deshojándose y esparciendo su aroma alguna vez fresco que ahora apestaba. Mis ojos se empezaron a cristalizar. No quería salir de la casa, pensaba que no podría soportarlo, ni el olor ni la situación.
Después se me ocurrió que debía hacer un último intento desesperado. Todavía recuerdo que los primeros días les di toda mi atención y ellas parecían recibirla con gracia. Las veía crecer, extenderse en altura, brotando hermosura y deleitando con su lozanía. Pero algo pasó entonces. No sabría decir seguramente si fue algo que tenía el agua o que ellas eran muy caprichosas. Lo único que sé es que comenzaron a perder su brillo, ya no me regalaban el aroma de los primeros días, ya no querían tocar el cielo, querían juntar labios con el suelo. Esos días yo seguí regándolas y cuidándolas, pero ya nada servía. Al principio pensé que era algo pasajero, que luego volverían a ser las de antes. Pero los días pasaron y ellas perdían color y olor. Antes de resignarme por completo a perder la vida de mi jardín, decidí mirar por sobre la cerca que da a la casa de mi vecino, para salir de la duda si era algo de la tierra o del ambiente. Cuando me asomé, algo me entristeció por completo. Su jardín brillaba con todos los colores del arcoiris y otros que no conocía. Eran miles y miles de brotes tan mozos como hermosos. Florecían a cada momento, apenas una terminaba de florecer, otra lo empezaba a hacer. Esa vez entré a mi casa y cerré la puerta, cerré las ventanas y junté las cortinas. Lloré. Las gotas no solo cayeron en mi piso, sino también en mi techo. Tenía esperanzas de que con la lluvia, mis niñas recuperarían su alma precoz llena de vanidad. Pero no pasó. Las gotas de lluvia se evaporaron con el sol y el olor de la mustiedad se filtró por mis ventanas. Y volví a llorar. Y con estas gotas me di cuenta de que algo de esperanza tenía guardada.
Abrí mi puerta, dejé que el sol entrara y yo salí con mis lágrimas al descubierto. Me acerqué a ellas y continué con mi llanto. En mi mente yo había derramado mis lágrimas sobre sus pétalos y ellas habían recuperado todo su garbo. Y erguidas habían enceguecido al caleidoscopio de mi vecino. Pero vertí mis lágrimas en pétalos muertos y sobre tallos pálidos. Del rebotar de mis gotas con sus cuerpos sólo podía sentir un marchitado perfume. Y con ese olor en mi corazón, sigo sin entender si fue por capricho o falta de abrigo.
Después se me ocurrió que debía hacer un último intento desesperado. Todavía recuerdo que los primeros días les di toda mi atención y ellas parecían recibirla con gracia. Las veía crecer, extenderse en altura, brotando hermosura y deleitando con su lozanía. Pero algo pasó entonces. No sabría decir seguramente si fue algo que tenía el agua o que ellas eran muy caprichosas. Lo único que sé es que comenzaron a perder su brillo, ya no me regalaban el aroma de los primeros días, ya no querían tocar el cielo, querían juntar labios con el suelo. Esos días yo seguí regándolas y cuidándolas, pero ya nada servía. Al principio pensé que era algo pasajero, que luego volverían a ser las de antes. Pero los días pasaron y ellas perdían color y olor. Antes de resignarme por completo a perder la vida de mi jardín, decidí mirar por sobre la cerca que da a la casa de mi vecino, para salir de la duda si era algo de la tierra o del ambiente. Cuando me asomé, algo me entristeció por completo. Su jardín brillaba con todos los colores del arcoiris y otros que no conocía. Eran miles y miles de brotes tan mozos como hermosos. Florecían a cada momento, apenas una terminaba de florecer, otra lo empezaba a hacer. Esa vez entré a mi casa y cerré la puerta, cerré las ventanas y junté las cortinas. Lloré. Las gotas no solo cayeron en mi piso, sino también en mi techo. Tenía esperanzas de que con la lluvia, mis niñas recuperarían su alma precoz llena de vanidad. Pero no pasó. Las gotas de lluvia se evaporaron con el sol y el olor de la mustiedad se filtró por mis ventanas. Y volví a llorar. Y con estas gotas me di cuenta de que algo de esperanza tenía guardada.
Abrí mi puerta, dejé que el sol entrara y yo salí con mis lágrimas al descubierto. Me acerqué a ellas y continué con mi llanto. En mi mente yo había derramado mis lágrimas sobre sus pétalos y ellas habían recuperado todo su garbo. Y erguidas habían enceguecido al caleidoscopio de mi vecino. Pero vertí mis lágrimas en pétalos muertos y sobre tallos pálidos. Del rebotar de mis gotas con sus cuerpos sólo podía sentir un marchitado perfume. Y con ese olor en mi corazón, sigo sin entender si fue por capricho o falta de abrigo.
2 Comments:
QUE PERFECTO ESO
SIEMPRE LEO TU FLOG
ME SIENTO COMO
INTRUSA PERO CONMOVIDA.
OEE ROBE UN TEXTO COMPLETO D TU BLOG JJAJJA LO SIENTO DPS T CUENTO.
besos t estimo muchacho
G R A C I A S
quize desir BLOG
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