Color
La máquina de escribir seguía su curso, sin parar, de un lado al otro lado. Las teclas vanagloriándose de que no tenían descanso y las hojas se escupían como lava de un volcán, con la vehemencia y elegancia en su caída. Ahí estaba el montículo que albergaba las palabras que esa noche de caricias y mantas había generado. Él no podía parar, el sueño se había inhibido y se detenía sólo para crujir su espalda.
Las palabras afloraban de sus dedos, tiñiendo cada una de las teclas de la máquina, dejándola con escencias desconocidas y maravillosas. La osuridad característica del alba que despuntaba se sentía ausente con el halo que protegía ese escritorio al lado de la cama. Esa misma cama donde ella dormía ahora, calma, llena de paz, sonriente, hermosa. Mil colores se correteaban por entre las piezas de plástico que llenaban una hoja tras otra. Él la miraba en cada separación de párrafo y continuaba sin pausa hasta la próxima observación. Cuando el fajo de papeles ya era más grueso que el lápiz con el que hacía las correciones, se detuvo de súbito. Apartó sus manos de la máquina que aún refulgía una gama desconocida y giró la silla. Se arqueó de espalda y quedó mirándola en su sueño. Imaginó que estaba corriendo por debajo del agua con el pelo suelto que se confundía con las olas y sus ojos con preciosos abalones. Era perseguida, no,no, más bien, escoltada, por delfines y pececitos que dejaban burbujas y acariciaban todas las algas agitadas. Luego tomaba un impulso y rompía la superficie con su nariz respingada, y con las pestañas al cielo y sus pechos erguidos iba al encuentro de la luna, pero un suspiro prolongado la hizo volver a la cama en que descansaba. La tinta lo llamaba y las teclas se impacientaban extendiendo sus colores, pero él se había perdido en esos labios llenos de carne, rojos claveles, brillantes de saliva, sabrosos como cada parte de su cuerpo. Ya nada importaba, estaba extasiado entre esas mejillas separadas de lo óseo, unos párpados que escondían el máximo misterio que él había conocido hasta ahora, y su pulgar acabó en sus cejas femeninas, tan bien ordenadas y uniformes al tacto. Si seguía mirando terminaría loco, tal vez ya lo estaba cuando el rastro de la luna se atrevió a reposar en su hombro descubierto que lo hacía resbalar en mil direcciones pertinentes e impertinentes, terminando siempre en lo que sus brazos trenzados para apoyar su rostro inigualable en hermosura escondían.
Ya era en vano todo esfuerzo que hacían las hojas por recuperar su atención, las letras querían terminar la historia y él solo pensaba en recuperarla del sueño. Pero el sueño era más fuerte y no la dejaría ir. Se empezó a desesperar por no poder acariciarle la cara y ser uno con su aliento, mientras ella estaba tan pacífica y durmiente. Las teclas no aguantaron más y quisieron ayudarlo en su aflicción, émpezaron a esribir la historia con tanto afán y descontrol de pasiones que los colores empezaron a rellenar la pieza, haciéndose tangibles y cobrando vida propia. Las hojas salían y salían mientras los colores empezaban a cubrir la piel de él. Sólo la miraba y sonreía porque había logrado encontrar esa belleza que no existía en las letras, ni en la música ni en nadie más que en ella. Su repiración empezaba a salir en tonos de verde, las teclas sudaban, la sangre fluía naranja, pestañeaba amarillo, tac tac tac, sonreía un rojo inigualable, las hojas percutían, tocaba su cabeza con el castaño perfecto de su pelo y terminó por besarla en un indigo labial. Fue entonces cuando los colores que de él afloraron lo cubrieron y llevaron de vuelta a las teclas que lo plasmaron en el fin, para que ella pudiese encontrarlo ahí.
Las palabras afloraban de sus dedos, tiñiendo cada una de las teclas de la máquina, dejándola con escencias desconocidas y maravillosas. La osuridad característica del alba que despuntaba se sentía ausente con el halo que protegía ese escritorio al lado de la cama. Esa misma cama donde ella dormía ahora, calma, llena de paz, sonriente, hermosa. Mil colores se correteaban por entre las piezas de plástico que llenaban una hoja tras otra. Él la miraba en cada separación de párrafo y continuaba sin pausa hasta la próxima observación. Cuando el fajo de papeles ya era más grueso que el lápiz con el que hacía las correciones, se detuvo de súbito. Apartó sus manos de la máquina que aún refulgía una gama desconocida y giró la silla. Se arqueó de espalda y quedó mirándola en su sueño. Imaginó que estaba corriendo por debajo del agua con el pelo suelto que se confundía con las olas y sus ojos con preciosos abalones. Era perseguida, no,no, más bien, escoltada, por delfines y pececitos que dejaban burbujas y acariciaban todas las algas agitadas. Luego tomaba un impulso y rompía la superficie con su nariz respingada, y con las pestañas al cielo y sus pechos erguidos iba al encuentro de la luna, pero un suspiro prolongado la hizo volver a la cama en que descansaba. La tinta lo llamaba y las teclas se impacientaban extendiendo sus colores, pero él se había perdido en esos labios llenos de carne, rojos claveles, brillantes de saliva, sabrosos como cada parte de su cuerpo. Ya nada importaba, estaba extasiado entre esas mejillas separadas de lo óseo, unos párpados que escondían el máximo misterio que él había conocido hasta ahora, y su pulgar acabó en sus cejas femeninas, tan bien ordenadas y uniformes al tacto. Si seguía mirando terminaría loco, tal vez ya lo estaba cuando el rastro de la luna se atrevió a reposar en su hombro descubierto que lo hacía resbalar en mil direcciones pertinentes e impertinentes, terminando siempre en lo que sus brazos trenzados para apoyar su rostro inigualable en hermosura escondían.
Ya era en vano todo esfuerzo que hacían las hojas por recuperar su atención, las letras querían terminar la historia y él solo pensaba en recuperarla del sueño. Pero el sueño era más fuerte y no la dejaría ir. Se empezó a desesperar por no poder acariciarle la cara y ser uno con su aliento, mientras ella estaba tan pacífica y durmiente. Las teclas no aguantaron más y quisieron ayudarlo en su aflicción, émpezaron a esribir la historia con tanto afán y descontrol de pasiones que los colores empezaron a rellenar la pieza, haciéndose tangibles y cobrando vida propia. Las hojas salían y salían mientras los colores empezaban a cubrir la piel de él. Sólo la miraba y sonreía porque había logrado encontrar esa belleza que no existía en las letras, ni en la música ni en nadie más que en ella. Su repiración empezaba a salir en tonos de verde, las teclas sudaban, la sangre fluía naranja, pestañeaba amarillo, tac tac tac, sonreía un rojo inigualable, las hojas percutían, tocaba su cabeza con el castaño perfecto de su pelo y terminó por besarla en un indigo labial. Fue entonces cuando los colores que de él afloraron lo cubrieron y llevaron de vuelta a las teclas que lo plasmaron en el fin, para que ella pudiese encontrarlo ahí.
3 Comments:
desde la mistral que no leía algo de ese tipo, buena cosa.. abriendo las puertas de la percepción y de par en par, lo más interesante es que los esquemas de relación sensación-ocasión están completamente rotos, iba a decir sintestético, pero incluso ahí har ordenes; es como si se saturaran todos los input del cerebro, incluso en los significados, "inhibe al sueño".. como diría yayo, da para pensar jajaj
saludos, hombre blanco
JONÁS Hebreo Paloma
weena, esta la raja... me gusto el estilo
Publicar un comentario
<< Home