Cinema
Se empezaron a suavizar las luces, el tono anaranjado suave se fundía dentro de un negro denso que impedía la clarivisión. Las voces se apagaban poco a poco y las cabezas se dirigían hacía el frente. Las vibraciones del nuevo sonido lo impregnaban todo, desde los asientos hasta los oídos y se filtraba por entre las mangas para recorrer la piel en forma de calofrío.
Se encontraron caminando por la calle, ni siquiera se saludaron, era lo más normal pues no se conocían. Pero sus miradas se cruzaron de una manera que lograron hacer desaparecer todo su entorno y por un par de segundo se entregaron por completo. Nada más que una mirada curiosa sin esperanza, sólo por darse un placer esporádico. Cuando desviaron miradas él soltó una sonrisa y ella, parca, lo único que experimentó fue un cosquilleo bajo el mentón.
Mientras la acción ocurría, sus dedos inquietos no encontraban sosiego, y por el nerviosismo las cabritas resbalaban en sus labios y caían de seco al suelo. Él no sabía cómo ella se sentía, no se atrevía siquiera a suponer que ella sentía algo, ni lo más ínfimo.
Semanas después se volvieron a encontrar, en el mismo lugar de la otra vez. Cruzaron miradas y luego desviaron, ella volvió a sentir el cosquilleo pero no detuvo su andar. Pero él no quiso sonreir, esta vez no. Siempre es mejor arrepentirse de lo que se ha hecho que de lo que nunca se hizo. Llegaría tarde al trabajo si no cruzaba la calle en ese momento, y así debía ser, se dio media vuelta y la buscó con la vista. Encontró su silueta y corrió, la tomó del brazo y le habló.
Él se quería equivocar a propósito en el momento de coger el vaso de bebida y no hallaba el reflejo que lo hiciera llevar su mano al paquete de cabritas al compás de ella. Quería una colisión de piel, la más básica, no podeía más. Hasta que en la pantalla la mujer quitó su brazo y se alejó de él, dejándolo desconcertado entre el mar de gente, fue ahí cuando sus meñiques se tocaron y, con lentitud y algo de temor sus manos se envolvieron entre ellas.
Él se empezó a obsesionar sanamente con ella e hizo lo imposible por conquistarla, hacerle reconocer que era por él que su cuello se inclinaba con gracia.
En lo más alto se sentía la pasión con la que él buscaba ganar su batalla, tanto así que el celuloide empezó a descuadrarse. Breve falla pensaba feliz mientras su mano acariciaba la de su compañera, y la película era cada vez más el factor que los uniría. La escena se tornaba demorosa, cara a cara, ojos que deslizan hacia los labios y respiración entrecortada para darle un toque de lujo a la historia de tensión. Era un ambiente que guiaba la cabeza de los espectadores a acercarse y respirar lo más cerca posible. Él ya se aferraba a la mano de ella y sus labios emularían lo que se reproducía en la pantalla. Y justo antes de compartir el tan esperado beso, el celuloide acabó por quemarse y las luces se encendieron de súbito. La alarma sonó e invitaron a evacuar la sala, pero ahora el entorno de ellos era el que había desaparecido. Ahora ni las luces, ni el tumulto, y menos el fuego los podrían detener.
Se encontraron caminando por la calle, ni siquiera se saludaron, era lo más normal pues no se conocían. Pero sus miradas se cruzaron de una manera que lograron hacer desaparecer todo su entorno y por un par de segundo se entregaron por completo. Nada más que una mirada curiosa sin esperanza, sólo por darse un placer esporádico. Cuando desviaron miradas él soltó una sonrisa y ella, parca, lo único que experimentó fue un cosquilleo bajo el mentón.
Mientras la acción ocurría, sus dedos inquietos no encontraban sosiego, y por el nerviosismo las cabritas resbalaban en sus labios y caían de seco al suelo. Él no sabía cómo ella se sentía, no se atrevía siquiera a suponer que ella sentía algo, ni lo más ínfimo.
Semanas después se volvieron a encontrar, en el mismo lugar de la otra vez. Cruzaron miradas y luego desviaron, ella volvió a sentir el cosquilleo pero no detuvo su andar. Pero él no quiso sonreir, esta vez no. Siempre es mejor arrepentirse de lo que se ha hecho que de lo que nunca se hizo. Llegaría tarde al trabajo si no cruzaba la calle en ese momento, y así debía ser, se dio media vuelta y la buscó con la vista. Encontró su silueta y corrió, la tomó del brazo y le habló.
Él se quería equivocar a propósito en el momento de coger el vaso de bebida y no hallaba el reflejo que lo hiciera llevar su mano al paquete de cabritas al compás de ella. Quería una colisión de piel, la más básica, no podeía más. Hasta que en la pantalla la mujer quitó su brazo y se alejó de él, dejándolo desconcertado entre el mar de gente, fue ahí cuando sus meñiques se tocaron y, con lentitud y algo de temor sus manos se envolvieron entre ellas.
Él se empezó a obsesionar sanamente con ella e hizo lo imposible por conquistarla, hacerle reconocer que era por él que su cuello se inclinaba con gracia.
En lo más alto se sentía la pasión con la que él buscaba ganar su batalla, tanto así que el celuloide empezó a descuadrarse. Breve falla pensaba feliz mientras su mano acariciaba la de su compañera, y la película era cada vez más el factor que los uniría. La escena se tornaba demorosa, cara a cara, ojos que deslizan hacia los labios y respiración entrecortada para darle un toque de lujo a la historia de tensión. Era un ambiente que guiaba la cabeza de los espectadores a acercarse y respirar lo más cerca posible. Él ya se aferraba a la mano de ella y sus labios emularían lo que se reproducía en la pantalla. Y justo antes de compartir el tan esperado beso, el celuloide acabó por quemarse y las luces se encendieron de súbito. La alarma sonó e invitaron a evacuar la sala, pero ahora el entorno de ellos era el que había desaparecido. Ahora ni las luces, ni el tumulto, y menos el fuego los podrían detener.
1 Comments:
uuuhh muy buen cuento cristian
que estés bien, chau
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