Vagabundo
Me gusta la lluvia, lo reconozco y no me avergüenzo. Me gusta verla caer gota por gota y adoro cuando una se revienta en mi lengua y se filtra en mí. Eso sí, creo que es más seguro dejar de hacerlo. El otro día me enteré de un amigo de mi tío que una tarde de lluvia se fue a pasear por ahí. Llegó hasta el centro de la ciudad, buscó un lugar tranquilo y se tiró de espaldas enfrentando al cielo. Cerró sus ojos y abrió la boca para que el agua entrara. Pero ella se salió de control y las gotas, todas, se dirigían hacía su cloaca abierta. Él estaba tan tranquilo que se quedó dormido mientras el agua le tapaba la boca. Y en un momento que olvidó respirar por la nariz, intentó por la boca y se tragó un abundante volumen de lluvia. Trataba de devolver el agua mientras tosía, pero era imposible. Días después se empezó a sentir enfermo, los mareos eran incontrolables y sus venas ya no se veían verdes.
Me había cansado de caminar bajo la lluvia, entonces busqué un lugar cubierto para sentarme a descansar, y talvez comer algo que encontrase en mi mochila. Lo encontré, era una banca roja, pero estaba ocupada por un hombre y su café. Me acerqué y le pregunté si podía quitarle el asiento al vaso ya vacío, no hubo problema y me acomodé. Desde la banca me puse a mirar la lluvia caer sobre el pasto y pastelones. ¡Cómo me gusta la lluvia! Es tan rico su aroma y el silencio que ésta trae. Antes, cuando estaba caminando, noté lo hermosa que es la combinación de la lluvia con el perfume bien escogido de una mujer. Lo disfruté, incluso creo haber llegado a fantasear.
Un ladrido me hizo mover mi cabeza hacia la derecha, era el perro vagabundo más lind que he visto en mucho tiempo. Raquítico, café claro, de hocico puntiagudo, orejas erectas, cola recogida entre las piernas y una mirada irresistible. Ladraba a otro perro que andaba cerca, pero bajo la lluvia. Creo que le decía que lo detestaba porque tenía un pelaje más abundante que lo hacía no tiritar. Luego caminó hacia la banca en que estaba sentado y el tipo a mi lado, con un diario personal abierto, extendió su mano y acarició al can. De reojo miré la página escrita y me di cuenta de que era escritor, uno de los sensibles. Eso me lo corroboraba su postura de cuaje en rodilla y el "Deseo acariciar a aquel perro que ladra..." que tenía escrito. Sentí algo de ternura y miré hacia al frente, volví a encontrarme con las gotas descendentes. Miré tanto rato que en un momento las gotas viajaban en distinto orden. Del charco en el suelo surgía una burbuja que explotaba y saltaba una gota que nadaba por el aire hacia una gran nube gris que se extendía por el cielo. Todas hacían lo mismo, todas al revés.
Sin darme cuenta, el perro se había sentado a mi derecha, tiritando, y a mi izquierda el escritor poblabla la hoja con letras. No sentía deseos de comer aún y me dieron unas ganas locas de caminar bajo la lluvia otra vez. Me levanté y pisé el pasto, el pelo se me mojaba y escuché un quejido. Afiné el oído y volví a escuchar otro quejido. Era el árbol que tenía al lado, me contó que no le gustaba la lluvia. Yo discrepé y me di cuenta que quería hablar, entonce slo escuché. Me dijo que el agua le gustaba, pero la de los riegos, la lluvia no. Hace un tiempo ya que venía sintiendo que las gotas de lluvia no caían con suavidad, sino que le hacían daño. Cada una que caía, percudía una de sus hojas y debilitaba su tronco. Con pena me contó que años atrás soñaba con crecer y llegar a tocar el cielo, pero ahora le daba miedo. Ese cielo era algo que lo asustaba.
Se me mojaron las zapatillas y los calcetines, así que me fui bajo techo otra vez. Mirando el árbol a distancia, recordé el final de la historia del amigo de mi tío. Días después de su paseo por la lluvia y ahogo en las gotas, se empezó a sentir muy mal. En el trabajo, donde trabaja con mi tío, andaba mareado todo el día y hacía mal el trabajo. Una vez, estaba abriendo un sobre con una cortapluma, cuando le dio un fuerte dolor y se pasó a llevar un dedo con el filo de la navaja. Gritó y mi tío lo fue a ver a su escritorio, lo encontró sangrando del dedo. Pero la sangre no era roja, estaba polucionada y ennegrecida. Luego de eso, estuvo tres días en reposo en su casa, donde tosía humo y lloraba ácido, y en la madrugada del cuarto día, murió.
Me había cansado de caminar bajo la lluvia, entonces busqué un lugar cubierto para sentarme a descansar, y talvez comer algo que encontrase en mi mochila. Lo encontré, era una banca roja, pero estaba ocupada por un hombre y su café. Me acerqué y le pregunté si podía quitarle el asiento al vaso ya vacío, no hubo problema y me acomodé. Desde la banca me puse a mirar la lluvia caer sobre el pasto y pastelones. ¡Cómo me gusta la lluvia! Es tan rico su aroma y el silencio que ésta trae. Antes, cuando estaba caminando, noté lo hermosa que es la combinación de la lluvia con el perfume bien escogido de una mujer. Lo disfruté, incluso creo haber llegado a fantasear.
Un ladrido me hizo mover mi cabeza hacia la derecha, era el perro vagabundo más lind que he visto en mucho tiempo. Raquítico, café claro, de hocico puntiagudo, orejas erectas, cola recogida entre las piernas y una mirada irresistible. Ladraba a otro perro que andaba cerca, pero bajo la lluvia. Creo que le decía que lo detestaba porque tenía un pelaje más abundante que lo hacía no tiritar. Luego caminó hacia la banca en que estaba sentado y el tipo a mi lado, con un diario personal abierto, extendió su mano y acarició al can. De reojo miré la página escrita y me di cuenta de que era escritor, uno de los sensibles. Eso me lo corroboraba su postura de cuaje en rodilla y el "Deseo acariciar a aquel perro que ladra..." que tenía escrito. Sentí algo de ternura y miré hacia al frente, volví a encontrarme con las gotas descendentes. Miré tanto rato que en un momento las gotas viajaban en distinto orden. Del charco en el suelo surgía una burbuja que explotaba y saltaba una gota que nadaba por el aire hacia una gran nube gris que se extendía por el cielo. Todas hacían lo mismo, todas al revés.
Sin darme cuenta, el perro se había sentado a mi derecha, tiritando, y a mi izquierda el escritor poblabla la hoja con letras. No sentía deseos de comer aún y me dieron unas ganas locas de caminar bajo la lluvia otra vez. Me levanté y pisé el pasto, el pelo se me mojaba y escuché un quejido. Afiné el oído y volví a escuchar otro quejido. Era el árbol que tenía al lado, me contó que no le gustaba la lluvia. Yo discrepé y me di cuenta que quería hablar, entonce slo escuché. Me dijo que el agua le gustaba, pero la de los riegos, la lluvia no. Hace un tiempo ya que venía sintiendo que las gotas de lluvia no caían con suavidad, sino que le hacían daño. Cada una que caía, percudía una de sus hojas y debilitaba su tronco. Con pena me contó que años atrás soñaba con crecer y llegar a tocar el cielo, pero ahora le daba miedo. Ese cielo era algo que lo asustaba.
Se me mojaron las zapatillas y los calcetines, así que me fui bajo techo otra vez. Mirando el árbol a distancia, recordé el final de la historia del amigo de mi tío. Días después de su paseo por la lluvia y ahogo en las gotas, se empezó a sentir muy mal. En el trabajo, donde trabaja con mi tío, andaba mareado todo el día y hacía mal el trabajo. Una vez, estaba abriendo un sobre con una cortapluma, cuando le dio un fuerte dolor y se pasó a llevar un dedo con el filo de la navaja. Gritó y mi tío lo fue a ver a su escritorio, lo encontró sangrando del dedo. Pero la sangre no era roja, estaba polucionada y ennegrecida. Luego de eso, estuvo tres días en reposo en su casa, donde tosía humo y lloraba ácido, y en la madrugada del cuarto día, murió.
2 Comments:
:O :O
wea loca! jaja, está bueno pero raro!
yo hd caminé mucho bajo la lluvia y se me mojó toda la ropa :P
dale, me voy a hacer mi tarea de progra, chau
bueeeno bueno muy bueno
felo
hoy lei lo q escribia el 200 y no era tan imbécil como sospechaba
no lea esto
las paradojas no existena menos que sean nombradas
yo siempre miento
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