Sueño Precog
Era una de esas noches donde la luna alumbra con sombras violetas, y violentas eran las esquinas de los muros desconstructivistas que componían el laberinto. No había techo, era el cielo al descubierto cubierto de estrellas taciturnas y centelleantes. Ella me había dicho que la encontrara y había salido corriendo por los lúgubres pasillos. Yo no corrí, me fui a paso tranquilo, pero temeroso por la poca luz. No la alcanzaba en velocidad, pues mis pies no lo permetían, a cambio, mi vista obsesionada en ella la seguía con esmero. Así sabía qué camino seguir para llegar a ella.
Desapareció de mi vista, pero no pensé en detenerme frente a las penumbras y adobes gélidos en momento alguno. Su perfume había dejado una estela en las partículas de aire, dibujando un pentagrama de aromas que, a medida yo avanzaba, me impregnaba el pecho y lo que éste resguarda. Caminé con pupilas indiferenciables del iris hasta que en una vuelta de esquina me la encontré, esperándome, con su vestido blanco floreado. Ni una palabra cruzó mis labios, pero en un pestañear, los de ella cruzaron el umbral que nos mantenía en la nada. Clavó con su mirada a mi desconcierto y luego escapó con afán de ser seguida. Yo me quedé petrificado y decepcionado porque no quería que fuera así, no había tenido la magia que había idealizado. Volví a sentir la luna por sobre los muros y retomé la ruta de su escencia. De caminar por la oscuridad, sin darme cuenta llegué a dar a un parque iluminado por velas, que era lo único que dejaban ver las tienieblas. Seguía siendo una noche violeta, arbustos bajos y al centro unos juegos de madera. Tenía una plataforma, un resbalín y dos columpios. En la plataforma había una especie de cena con velas y en uno de los columpios, se balanceaba ella. Parecía estar esperándome, entonces me acerqué. Y cuando estaba cerca del columpio desocupado, ella desapareció. Nunca antes me había sentido tan triste, solitario y final. Miré las velas, y las pequeñas llamas salieron de su cauce natural e hicieron brotar una pira furiosa incapaz de quemar. Aún así no sentí más temor por la desgracia que por mi desgracia.
Luego, todo se descontroló, un torbellino de arena empezó a arrancarlo todo para ensamblarlo en su belleza giratoria. El fuego no se consumió, por el contrario, dio vida a nuevas formas. En un pestañear me encontré al medio de un torbellino que cargaba con camellos, elefantes rosados, llamaradas multicolores, la noche violeta, mantis religiosas, tablas, flores de tela, e incluso me atrevería a decir que tuve que esquivar una beluga. Pero dentro de ese caos algo me mantenía sereno. Al principio no sabía qué era, hasta que en un grano de arena que giraba, luego en otro y en otro, descubrí que iba ella cabalgando. Y sin pensarlo dos veces, me dejé devorar por ese vorágine misceláneo.
Desapareció de mi vista, pero no pensé en detenerme frente a las penumbras y adobes gélidos en momento alguno. Su perfume había dejado una estela en las partículas de aire, dibujando un pentagrama de aromas que, a medida yo avanzaba, me impregnaba el pecho y lo que éste resguarda. Caminé con pupilas indiferenciables del iris hasta que en una vuelta de esquina me la encontré, esperándome, con su vestido blanco floreado. Ni una palabra cruzó mis labios, pero en un pestañear, los de ella cruzaron el umbral que nos mantenía en la nada. Clavó con su mirada a mi desconcierto y luego escapó con afán de ser seguida. Yo me quedé petrificado y decepcionado porque no quería que fuera así, no había tenido la magia que había idealizado. Volví a sentir la luna por sobre los muros y retomé la ruta de su escencia. De caminar por la oscuridad, sin darme cuenta llegué a dar a un parque iluminado por velas, que era lo único que dejaban ver las tienieblas. Seguía siendo una noche violeta, arbustos bajos y al centro unos juegos de madera. Tenía una plataforma, un resbalín y dos columpios. En la plataforma había una especie de cena con velas y en uno de los columpios, se balanceaba ella. Parecía estar esperándome, entonces me acerqué. Y cuando estaba cerca del columpio desocupado, ella desapareció. Nunca antes me había sentido tan triste, solitario y final. Miré las velas, y las pequeñas llamas salieron de su cauce natural e hicieron brotar una pira furiosa incapaz de quemar. Aún así no sentí más temor por la desgracia que por mi desgracia.
Luego, todo se descontroló, un torbellino de arena empezó a arrancarlo todo para ensamblarlo en su belleza giratoria. El fuego no se consumió, por el contrario, dio vida a nuevas formas. En un pestañear me encontré al medio de un torbellino que cargaba con camellos, elefantes rosados, llamaradas multicolores, la noche violeta, mantis religiosas, tablas, flores de tela, e incluso me atrevería a decir que tuve que esquivar una beluga. Pero dentro de ese caos algo me mantenía sereno. Al principio no sabía qué era, hasta que en un grano de arena que giraba, luego en otro y en otro, descubrí que iba ella cabalgando. Y sin pensarlo dos veces, me dejé devorar por ese vorágine misceláneo.
1 Comments:
oye, en serio, para de escribir tan bien que me da miedo :P.
por el vestido de la chica esta, quiero pensar que es una forma de continuación del cuento anterior..
me guusta. me encanta como describes un lugar tan lejano y oscuro, y las vueltas que le das, no sé. pucha en realidad no tengo palabras porque es difícil comentar cuentos cortos pero me gusta porque se sostienen solos, como pequeñas estrellas que titilan a lo lejos (robando palabras de poemas, qué mal eso en mi..).
y bueno. "retomar la ruta de su esencia" geniaaaal
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