Ventana y otra más
¿Casualidad? No sabría decirlo. Iba caminando con mis manos en los bolsillos y con mis audífonos puestos. Algo progresivo me llevaba hacia donde no sabía que iba a llegar. El aroma a lluvia era un elíxir para todo lo vivido desde años atrás hasta minutos recién pasados. La calle estaba mojada, lo justo y necesario, y el frío no helaba, acompañaba. No me preocupaba de evitar las hojas reposando en el suelo, ahí la razón de porqué una que otra de ellas se abrazaba a mis zapatos. Caminaba como siempre, sin pisar ninguna línea de separación entre pastelones.
A las cuatro de la mañana se disfruta un silencio especial, provocado por un poco de viento que rumorea con las copas de los árboles, el escandaloso despegue de los sueños, miradas luminosas sobre los muros y el arrullo de las gotas perdidas en las hojas. Ya no hay polvo, hasta los pecados han sido lavados a esa hora. Se promete oscuridad, pero aquí no la hay, al otro lado de la calle, faroles de luz blanca alumbran desde que el sol entra en sueño. Ya estaba olvidando la razón de mi llanto perdido zancadas atrás. Quizás la dejé en el cruce anterior o una enredadera me la arrebató. Al acordarme que no me había acordado, la recordé, pero no tenía ganas de recordar, así que lo olvidé. Caminé en paz, libre de culpa y disculpas, inocente e ileso. Las casas apagadas, jardines revividos, maderas amansadas y una calle vacía, era todo lo que podía ver. Seguí mirando mi camino para no pisar línea alguna, pero algo me hizo desviar la vista hacía las casas al otro lado de la calle. Una luz encendida en el segundo piso y una silueta que atenuaba la salida de luz de vez en cuando. Me detuve y miré con ojos tranquilos ese mundo de vida dentro de uno dormido. No sé porqué miraba, yo quería llegar a casa pronto, pero de todas maneras me detuve. Todos mis árboles estaban alineados, yo entre ellos, y pareciera que todas las ramas miraban lo mismo que mis ojos. Mis manos ahogadas dentro de los bolsillos y el frío de la madrugada solitaria aún no me hacía daño, cuando la cortina de la ventana iluminada se deslizó y reveló una figura en chaleco grueso. Colocó su codo en el umbral y ahí reposó su cabeza, su pelo se resbaló por su hombro y su corazón suspiró. Buscando una luna ausente en un cielo cubierto de agua tímida a caer, volví a sentir lo que pensé haber dejado más atrás, pero esta vez no era por mí, era por ella. Siguió hacia abajo una rama que rascaba las nubes y luego una hoja que se balanceó por el aire inmaculado. Una hoja se cruzó por mis ojos y la seguí hasta que cayó al pavimento. Ambos mirábamos la misma hoja y al levantar nuestras miradas nos encontramos a una calle, una vereda y un jardín de distancia. Nos miramos y alcanzamos a vernos las pupilas, fue eterno, pero después de pestañear tres veces, ella sonrió y la cortina la hizo desaparecer. Segundos después la luz se apagó. Volvía a ser la madrugada y yo. Pero me quedé de pie en el mismo lugar un largo rato, con la esperanza de que esa desconocida saliera por la puerta que veía al frente. Esperé hasta que un gorrión cantó antes de tiempo y seguí mi camino original sin pisar líneas.
Llegué a mi casa, sin saber cómo estar, ¿debía estar feliz o triste? Nada de eso, estaba enmimismado. Me quité la chaqueta y la lancé a la cama, yo no fui enseguida porque no tenía sueño. Encendí mi lámpara y busqué mi cuaderno para liberar algunas letras atrapadas, pero no lo encontré donde solía estar y no me esforcé a más. Otra decepción en el mismo tiempo despierto, y derrotado me acerqué a la ventana. Suspiré y busqué en vano a quien estaba pronosticada a ser menguante, y cuando bajo mi vista a la calle, estaba ella. Tres nuevos parpadeos eternos y yo sonreí. Corrí la cortina y corté la luz, y ya no estaba más.
A las cuatro de la mañana se disfruta un silencio especial, provocado por un poco de viento que rumorea con las copas de los árboles, el escandaloso despegue de los sueños, miradas luminosas sobre los muros y el arrullo de las gotas perdidas en las hojas. Ya no hay polvo, hasta los pecados han sido lavados a esa hora. Se promete oscuridad, pero aquí no la hay, al otro lado de la calle, faroles de luz blanca alumbran desde que el sol entra en sueño. Ya estaba olvidando la razón de mi llanto perdido zancadas atrás. Quizás la dejé en el cruce anterior o una enredadera me la arrebató. Al acordarme que no me había acordado, la recordé, pero no tenía ganas de recordar, así que lo olvidé. Caminé en paz, libre de culpa y disculpas, inocente e ileso. Las casas apagadas, jardines revividos, maderas amansadas y una calle vacía, era todo lo que podía ver. Seguí mirando mi camino para no pisar línea alguna, pero algo me hizo desviar la vista hacía las casas al otro lado de la calle. Una luz encendida en el segundo piso y una silueta que atenuaba la salida de luz de vez en cuando. Me detuve y miré con ojos tranquilos ese mundo de vida dentro de uno dormido. No sé porqué miraba, yo quería llegar a casa pronto, pero de todas maneras me detuve. Todos mis árboles estaban alineados, yo entre ellos, y pareciera que todas las ramas miraban lo mismo que mis ojos. Mis manos ahogadas dentro de los bolsillos y el frío de la madrugada solitaria aún no me hacía daño, cuando la cortina de la ventana iluminada se deslizó y reveló una figura en chaleco grueso. Colocó su codo en el umbral y ahí reposó su cabeza, su pelo se resbaló por su hombro y su corazón suspiró. Buscando una luna ausente en un cielo cubierto de agua tímida a caer, volví a sentir lo que pensé haber dejado más atrás, pero esta vez no era por mí, era por ella. Siguió hacia abajo una rama que rascaba las nubes y luego una hoja que se balanceó por el aire inmaculado. Una hoja se cruzó por mis ojos y la seguí hasta que cayó al pavimento. Ambos mirábamos la misma hoja y al levantar nuestras miradas nos encontramos a una calle, una vereda y un jardín de distancia. Nos miramos y alcanzamos a vernos las pupilas, fue eterno, pero después de pestañear tres veces, ella sonrió y la cortina la hizo desaparecer. Segundos después la luz se apagó. Volvía a ser la madrugada y yo. Pero me quedé de pie en el mismo lugar un largo rato, con la esperanza de que esa desconocida saliera por la puerta que veía al frente. Esperé hasta que un gorrión cantó antes de tiempo y seguí mi camino original sin pisar líneas.
Llegué a mi casa, sin saber cómo estar, ¿debía estar feliz o triste? Nada de eso, estaba enmimismado. Me quité la chaqueta y la lancé a la cama, yo no fui enseguida porque no tenía sueño. Encendí mi lámpara y busqué mi cuaderno para liberar algunas letras atrapadas, pero no lo encontré donde solía estar y no me esforcé a más. Otra decepción en el mismo tiempo despierto, y derrotado me acerqué a la ventana. Suspiré y busqué en vano a quien estaba pronosticada a ser menguante, y cuando bajo mi vista a la calle, estaba ella. Tres nuevos parpadeos eternos y yo sonreí. Corrí la cortina y corté la luz, y ya no estaba más.
2 Comments:
Muy lindo...
Debiste haber tocado el timbre para conocerla,
hahaha!
Y pq el llanto?
me gustó la palabra enmimismado... como que nunca la había visto para decir "yo", sino "él"
con todas estas coincidencias podrías escribir como "el cuaderno rojo II"... jaja!
sigue así
seré la 1º en pedir tu autógrafo!
me gusta mucho cómo describes la escena.. como "la rama que rascaba el cielo", genial, frases como esas hacen que una historia, que a primeras es simple, sea todo un deleite, jeje.
me gusta mucho como escribes- siempre te lo digo xD
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