lunes, marzo 26, 2007

El granero privó al mundo de todo, ¿o fue la luna?

Con paso pausado se alejó de la conmoción. La emoción. El humo que salía de los carros y uno que otro llanto lubricando la carne muerta. Era prematuro en algunos casos, pero ¿quién ha dicho que la vida es justa? Algunos ayudaban y los que no, se tapaban la boca con asombro. Los que tenían celular contaban el suceso de sus no vidas al otro lado de la línea. Las sirenas no cantaban ya, solo señalaban el lugar de los hechos, pero siempre en silencio.

La muerte sedujo a unos cuantos, otros no alcanzaron a sentir su beso, se salvaron. Ella ya se había ido de ahí con sus nuevos trofeos, mucho antes de que los paramédicos llegaran. Él no. Él se fue apenas ellos llegaron. Una ronda de gente aislaba al mundo de la tragedia. Se fue alejando y prendió un cigarro con el encendedor que su abuelo dejó caer en su último suspiro. Sus dedos sin yemas reconocibles tiritaban levemente por culpa del maldito párkinson. Dejó que su humo se mezclara con el que había dejado atrás, pero de todas maneras lo perseguía. Quiso intentar algo, acabar el cigarro sin usar las manos. Las que abrigó en los bolsillos de la chaqueta y sus labios seniles juguetearon con el cilindro. Se le había acabado el pavimento, había entrado en propiedad privada. El pasto era largo y en la noche parecía verde. Los grillos componían en él mientras el viento lo agitaba. Él seguía caminando, de vez en cuando se percataba de la luz roja que, ténuemente, alumbraba su andar. Mitad cenizas y haciendo equilibrio. Llegó a un granero y lo miró. Vió lo que se podía bajo la luna, vió la falta de candado, miró la luna. Se sacó el cigarro y lo apagó contra la madera del granero mientras abría la puerta. Oscuridad. No intentó buscar un interruptor, quería intentar algo nuevo. Se movió aún más lento, exceptuando sus manos que se movían igual de desordenadamente. No tropezó, solo chocó con obstáculos que había puesto la noche ahí. Encontró una escala de madera que daba a una plataforma un minuto arriba. Subió. Pensó. Llegó. La madera crujía con cada paso que daba, pero nunca pensó en quebrarse bajo sus pies. Se acercó al muro y abrió de par en par dos tablones que dejaban ver el campo abierto. La noche entró al granero y lo opacó todo. Luego miró la luna y se encandiló. Por poco pierde el equilibrio. Se apoyó en el marco y se enterró una astilla, pero no le dio importancia. Paccini ya no respondía en varias partes de él. Miró de memoria donde encontraría el cofre, pero no habían estrellas en ese cielo despejado, además de la luna.

Para sentirse menos viejo, o verse como se sentía, se sentó en el umbral dejando sus piernas balancear en la nada. Sacó un nuevo cigarro y lo prendió. El temblor hizo caer el encededor que se apagó en el viaje al piso. Los grillos empezaron a gritar y a lo lejos alcanzó a ver unos puntos rojos que se iluminaban de repente y el humo, débil, que contaminaba el espacio en blanco que tenía esa noche. Hizo argollas de humo y se las lanzaba a la luna, vistiéndola por fracciones de segundo. Guardó una mano en la chaqueta y volvió a mirar donde debería estar el cofre. Nada. No quitó la vista. Imaginación o reacción, algo destelló. Continuó y otra vez ocurrió. Apretó los ojos, observó con toda su pasión y se inclinó. Sintió paz, algo tibio en su frente y apareció una por una cada estrella del cofre.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

ta muy bueno!
me costó mucho leerlo porque es un poco largo y el ruido que hacen mis hermanos no ayuda mucho, pero está bacán

3/26/2007  
Blogger dani said...

no pude parar de leerlo hasta llegar al final. siento que juega con la misma idea del anterior, una idea como transversal: la muerte, el fuego, la caminata solitaria, el cigarro. pero me gusta más este, porque tiene detalles más particulares, no sé.

escribes bien cabro. deberías darle un poco de continuidad a tus historias para poder leer al fin un cuento entero y no lo que parecen extractos que te dejan más que metido sobre lo que son realmente.

nus vemos

3/26/2007  

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