Balas en el ballet
Oscuridad total y el escenario se ilumina por completo. Todos los ojos puestos sobre la menuda mujer que aparece con perfecta pose. Todos los hombres se enamoraron de su inocencia, de hecho debió ser la del personaje que interpretaba, porque como paisana era una desgraciada. En fin, todos en silencio, viejas erguidas en sus asientos y en los palcos miraban nariz en alto, mostrando joyas y orgullo basado en riqueza. La música empezó a sonar, pureza en cuerdas y vientos. Y al unísono, la niña se empezó a mover como una pluma sobre los tablones.
Aquí no hay vendedores de maní. El degradé rojizo por las cortinas, los tapetes y cobertores de asiento daban sueño. Pero aún así, sus movimiento mantenían a todos pendientes. Aparecían hombres en mallas, damas de garbo perfecto y uno que otro enano para escenografía nada más. Para demostrar que por ahí no hay discriminación. La órquesta imprimió algo más de agresividad, pero la niña seguía moviéndose como una gacela. La historia los tenía a todos con sus cuatro ojos en el escenario. En la parte en que el galán al fin está por conseguir el amor de la protagonista, y donde la música se aliviana y se convierte en dulzura en ondas, un niño, incorrectamente vestido y cara sucia se acerca al centro de atención y apunta con una pistola a la bailarina. La música no dejó de sonar, los bailarines no dejaron de danzar y los espectadores no dejaron de observar el espectáculo. El niño pronunció unas palabras que nadie se dio la molestia de escuchar y con la pistola siguió los movimientos de la mujer. Y cuando su dedo índice se disponía a recogerse, una bala atravesó la cabeza del niño. El fluído de vida saltó en todas las direcciones, pero era un degradé más del rojo, no tenía importancia. En la primera fila, sin dejar de mirar sacaban sus pañuelos y se limpiaban los rostros. La orquesta seguía tocando y en el escenario, dama y caballero bailaban como un solo individuo.
La música acaba, los pies se inmovilizan, torsos agradecen, aplausos llenan la gran habitación y cae el telón. Los aplausos se prolongan, una que otra vieja llora por lo lindo de la historia, pero en verdad lloran porque les gustaría que su vida fuera como la de la danzarina. En los palcos permanecen sentados y aplaudiendo desganadamente, porque sus vidas son basura superficial. Todos toman sus sacos y salen por las amplias puertas a refugiarse en sus castillos de falsa felicidad. Los de la primera fila evaden el cuerpo tendido en el suelo y tratan de no mirar. Mientras que tras bambalinas, la bailarina principal se quita el vestuario y se va por la ciudad a empezar a "trabajar".
Aquí no hay vendedores de maní. El degradé rojizo por las cortinas, los tapetes y cobertores de asiento daban sueño. Pero aún así, sus movimiento mantenían a todos pendientes. Aparecían hombres en mallas, damas de garbo perfecto y uno que otro enano para escenografía nada más. Para demostrar que por ahí no hay discriminación. La órquesta imprimió algo más de agresividad, pero la niña seguía moviéndose como una gacela. La historia los tenía a todos con sus cuatro ojos en el escenario. En la parte en que el galán al fin está por conseguir el amor de la protagonista, y donde la música se aliviana y se convierte en dulzura en ondas, un niño, incorrectamente vestido y cara sucia se acerca al centro de atención y apunta con una pistola a la bailarina. La música no dejó de sonar, los bailarines no dejaron de danzar y los espectadores no dejaron de observar el espectáculo. El niño pronunció unas palabras que nadie se dio la molestia de escuchar y con la pistola siguió los movimientos de la mujer. Y cuando su dedo índice se disponía a recogerse, una bala atravesó la cabeza del niño. El fluído de vida saltó en todas las direcciones, pero era un degradé más del rojo, no tenía importancia. En la primera fila, sin dejar de mirar sacaban sus pañuelos y se limpiaban los rostros. La orquesta seguía tocando y en el escenario, dama y caballero bailaban como un solo individuo.
La música acaba, los pies se inmovilizan, torsos agradecen, aplausos llenan la gran habitación y cae el telón. Los aplausos se prolongan, una que otra vieja llora por lo lindo de la historia, pero en verdad lloran porque les gustaría que su vida fuera como la de la danzarina. En los palcos permanecen sentados y aplaudiendo desganadamente, porque sus vidas son basura superficial. Todos toman sus sacos y salen por las amplias puertas a refugiarse en sus castillos de falsa felicidad. Los de la primera fila evaden el cuerpo tendido en el suelo y tratan de no mirar. Mientras que tras bambalinas, la bailarina principal se quita el vestuario y se va por la ciudad a empezar a "trabajar".
2 Comments:
ni freud ni tu mamà
no caché al q comentó arriba, pero, esta bkn el cuentillo :P
que estes bien, chau
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