Todo por llamar la atención
Sacó una hoja del árbol y se la guardó en el bolsillo del chaquetón. Caminó por entre la gente hasta encontrar una banca vacía. Se sentó y se puso a pensar. Pensó en él, en por qué se había ido de casa, cuándo había sido la última vez que había querido en verdad a alguien, por qué era tan atento con algunas personas que no tenían interés en él. ¿Cuándo había sido la última vez que bebió una cerveza con un amigo? ¿Alguna vez lo hizo?
Sentía la insatisfacción a flor de piel. Era hiel. Dejó de mirar al vacío y sintió el frío que hacía. Se frotó las manos y se calentó con su aliento. Se enconjió de hombros y metió sus manos desnudas en los bolsillos del chaquetón. La mano derecha se encontró con la hoja y la hizo bailar entre dedos. Sonrió y la sacó. Observó con detención cada línea que ésta tenía, quería sentir la textura de esta hoja caferilla, pero Krausse estaba excitado al máximo. Se sintió intimidado por la sencillez de esa hoja, y de su hermosura. Pero se sintió culpable de haberla arrancado de sus pares. Quien hubiese sabido lo que él pensaba le habría dicho que una hoja no tiene vida ni conciencia. Pero, ¿quién se lo podía asegurar? Dentro de una hoja ocurren procesos magníficos, y no todo debe ser idéntico a nosotros para hacer lo que nosotros. Somos singulares, no únicos. La pena la sintió igual, pero lo peor fue que se vio reflejado en ese pedazo de árbol.
Sacó un bolígrafo que tenía en el bolsillo interior de su chaquetón y lo hizo girar entre sus dedos. Lo destapó e hizo contacto con la hoja. Al principio no sabía que iba a hacer, desconocía el quién iba a ser, pero empezó a trazar líneas. Minutos pasaron, las nubes se seguían moviendo y el mundo girando, cuando dejó de rayar con su lápiz. Miró la hoja otra vez y notó escrito "me siento solo". Sonrió, miró a la derecha y a la izquierda, tapó-guardó el bolígrafo y se levantó del banco. Dobló solo su cuello para mirar la hoja, sonrió y la soltó. Y se fue caminando por donde mismo había llegado.
Días después la lluvia lo obligó a caminar a casa. Pasó por el parque donde las gotas hacían sonar como tambores las hojas secas repartidas por el suelo. Evitaba las pozas, creo interés en filtrar sus zapatos. Gente corría para escampar, él caminaba sin paraguas y otros cubiertos en umbrales y bajo cartones. La lluvia lo adornaba y hacía que algunos pelos le chocaran con sus pestañas. Manos en chaquetón algo le hizo mirar el suelo cuando pasaba cerca de una banca. Se detuvo al ver una hoja que tenía tinta y un poco de ella se estaba corroyendo. La recogió y la observó. Era la misma que él había escrito, y al mirar por el reverso, notó que las líneas de la hoja decían algo. "Ahora no lo estás". La volvió a guardar en su bolsillo y caminó a casa haciéndola bailar con sus dedos.
Sentía la insatisfacción a flor de piel. Era hiel. Dejó de mirar al vacío y sintió el frío que hacía. Se frotó las manos y se calentó con su aliento. Se enconjió de hombros y metió sus manos desnudas en los bolsillos del chaquetón. La mano derecha se encontró con la hoja y la hizo bailar entre dedos. Sonrió y la sacó. Observó con detención cada línea que ésta tenía, quería sentir la textura de esta hoja caferilla, pero Krausse estaba excitado al máximo. Se sintió intimidado por la sencillez de esa hoja, y de su hermosura. Pero se sintió culpable de haberla arrancado de sus pares. Quien hubiese sabido lo que él pensaba le habría dicho que una hoja no tiene vida ni conciencia. Pero, ¿quién se lo podía asegurar? Dentro de una hoja ocurren procesos magníficos, y no todo debe ser idéntico a nosotros para hacer lo que nosotros. Somos singulares, no únicos. La pena la sintió igual, pero lo peor fue que se vio reflejado en ese pedazo de árbol.
Sacó un bolígrafo que tenía en el bolsillo interior de su chaquetón y lo hizo girar entre sus dedos. Lo destapó e hizo contacto con la hoja. Al principio no sabía que iba a hacer, desconocía el quién iba a ser, pero empezó a trazar líneas. Minutos pasaron, las nubes se seguían moviendo y el mundo girando, cuando dejó de rayar con su lápiz. Miró la hoja otra vez y notó escrito "me siento solo". Sonrió, miró a la derecha y a la izquierda, tapó-guardó el bolígrafo y se levantó del banco. Dobló solo su cuello para mirar la hoja, sonrió y la soltó. Y se fue caminando por donde mismo había llegado.
Días después la lluvia lo obligó a caminar a casa. Pasó por el parque donde las gotas hacían sonar como tambores las hojas secas repartidas por el suelo. Evitaba las pozas, creo interés en filtrar sus zapatos. Gente corría para escampar, él caminaba sin paraguas y otros cubiertos en umbrales y bajo cartones. La lluvia lo adornaba y hacía que algunos pelos le chocaran con sus pestañas. Manos en chaquetón algo le hizo mirar el suelo cuando pasaba cerca de una banca. Se detuvo al ver una hoja que tenía tinta y un poco de ella se estaba corroyendo. La recogió y la observó. Era la misma que él había escrito, y al mirar por el reverso, notó que las líneas de la hoja decían algo. "Ahora no lo estás". La volvió a guardar en su bolsillo y caminó a casa haciéndola bailar con sus dedos.
1 Comments:
No quiero parecer igual al profe de narración, pero..
http://ar.geocities.com/veaylea2002/cortazar/graffitti.html
me queda la misma sensación que con ese cuento. la de una pequeña victoria personal.
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