Sol menguante
En una cuenca pequeña, de suelo verde vivo, pero difuminado por las sombras del atardecer, ella decidió recostarse sobre la manta que habían llevado. Cerró los ojos e inspiró con amplitud, cuando soltó el aire de su pecho, cientos de monarcas volaron a teñir la luz del astro rey. Sintió cómo cada uno de sus músculos se fue relajando y sentía cosquillas en su cuerpo por el puro roce de la brisa. Ella desconocía la paz que sentía, nunca antes la había experimentado, pero la verdad es que no era plena. Por eso le parecía rara, no era paz completa, dentro de ella había algo que la atormentaba.
Él la había dejado junto al chalón y había ido a buscar algo al vehículo. Vio cómo ella se ajustaba el pelo y se recostaba con los ojos cerrados. Caminó hacia el auto, abrió la maletera y sacó un librito con hojas maltratadas por el escribir. Cerró la cajuela y caminó de vuelta a la cuenca donde la había dejado esperando, cuando un sentimiento extraño lo atacó. Quizás fue el viento reflexivo que lo hizo mirar al cielo o el tono de las nubes esparcidas tras las montañas. Se detuvó en el lugar y vio pasar una mariposa naranja frente suyo que luego se posó en el borde de la entrada a la cuenca. Sintió un extraño impulso que lo llevó hacia allá donde se sentó y dejó a su lado el librito de tapa roja acuerada. Sus pies se balanceaban en la nada y sentía un triste mirar bajo sus cejas hacia el sol menguante que tenía al frente. Estaba muy preocupado de ella, que estaba sola en ese momento, pero una fuerza externa lo persuadía para despreocuparse. Se entregó al pensar y sus ojos llenos de chispa se convirtieron en los más melosos de la tierra.
Su vestido afloraba todos los razonamientos previos formulados, y su cuaderno cobijaba cada prosa de sentimiento que había sido provocado. Siempre fue así, y esa tarde, algo tenía el aire que los invitó a la serenación con cada uno. Él desde las alturas, abranzando el amor que brotaba de cada uno de sus poros y ella, en las bajuras, nadando entre todos sus temores. Las dudas los abnegaron y los hicieron desaparecer bajo y frente al atardecer naranja que se dejaba mirar.
El sol siguió menguando a la lejanía y ellos seguían perdiendo su vista en algún punto ciego, él en el horizonte y ella en el reverso de sus párpados. Jamás dejaron de pensar y jamás se olvidaron el uno del otro. Con el último destello del día, primero de la noche, ambos reaccionaron y despertaron de su sueño desperfundo con deseos incontenibles de volverse a perder, ahora en los labios del otro. Pero no se pudieron mover, la luna coartante los había convertido en parte del paisaje. Ella y su vestido se convirtieron en un jardín de las flores más hermosas que puedan existir y él se quedó al lado del librito en la forma de un dandelión. Lloraron y gritaron por deseos de estar junto al otro, pero era inútil, la luna no quería saber más de amor. Sin embargo, el viento que a él lo había llevado a su interior, apareció para volverlos a juntar. Sopló y sobre cada flor cayó un diente de león.
Él la había dejado junto al chalón y había ido a buscar algo al vehículo. Vio cómo ella se ajustaba el pelo y se recostaba con los ojos cerrados. Caminó hacia el auto, abrió la maletera y sacó un librito con hojas maltratadas por el escribir. Cerró la cajuela y caminó de vuelta a la cuenca donde la había dejado esperando, cuando un sentimiento extraño lo atacó. Quizás fue el viento reflexivo que lo hizo mirar al cielo o el tono de las nubes esparcidas tras las montañas. Se detuvó en el lugar y vio pasar una mariposa naranja frente suyo que luego se posó en el borde de la entrada a la cuenca. Sintió un extraño impulso que lo llevó hacia allá donde se sentó y dejó a su lado el librito de tapa roja acuerada. Sus pies se balanceaban en la nada y sentía un triste mirar bajo sus cejas hacia el sol menguante que tenía al frente. Estaba muy preocupado de ella, que estaba sola en ese momento, pero una fuerza externa lo persuadía para despreocuparse. Se entregó al pensar y sus ojos llenos de chispa se convirtieron en los más melosos de la tierra.
Su vestido afloraba todos los razonamientos previos formulados, y su cuaderno cobijaba cada prosa de sentimiento que había sido provocado. Siempre fue así, y esa tarde, algo tenía el aire que los invitó a la serenación con cada uno. Él desde las alturas, abranzando el amor que brotaba de cada uno de sus poros y ella, en las bajuras, nadando entre todos sus temores. Las dudas los abnegaron y los hicieron desaparecer bajo y frente al atardecer naranja que se dejaba mirar.
El sol siguió menguando a la lejanía y ellos seguían perdiendo su vista en algún punto ciego, él en el horizonte y ella en el reverso de sus párpados. Jamás dejaron de pensar y jamás se olvidaron el uno del otro. Con el último destello del día, primero de la noche, ambos reaccionaron y despertaron de su sueño desperfundo con deseos incontenibles de volverse a perder, ahora en los labios del otro. Pero no se pudieron mover, la luna coartante los había convertido en parte del paisaje. Ella y su vestido se convirtieron en un jardín de las flores más hermosas que puedan existir y él se quedó al lado del librito en la forma de un dandelión. Lloraron y gritaron por deseos de estar junto al otro, pero era inútil, la luna no quería saber más de amor. Sin embargo, el viento que a él lo había llevado a su interior, apareció para volverlos a juntar. Sopló y sobre cada flor cayó un diente de león.
2 Comments:
extraño texto, de esos q a mi no me salen... no sirvo mucho para escribir ficción
está muy bien escrito wn, de verdad, como q uno se mete en la historia, no siempre pasa... en serio, muy bueno
sé q no hago mucho sentido, pero wn.. es la hora
cuidate.. saludos, chau
me gusta como una situación que podría ser casi cotidiana tiene tantos.. elementos, sentimientos, detalles..
el final cae de manera elegante (no se me ocurre otra palabra), como con gracia, no sé.
sol menguante.. muy original.
Publicar un comentario
<< Home