Naftalina
Se le olvidaba a quién llamaba mientras escuchaba el sol que salía por el auricular, no recordaba dónde dejaba su billetera y fumaba más de la cuenta. La mirada perdida de antaño, ahora estaba por completo extraviada, alejada del mundo en que divagaba. Las sombra del día y de la noche le parecían lo mismo, no había diferencia entre el dolor y el amor.
A estas alturas sus capacidades sensoriales se rehusaban a funcionar correctamente. Ya no sufría calofríos cuando el helar le golpeaba el hombro al caminar en el amanecer. Sus dedos ya no reconocían su propia piel, y aún así, sus ojos no se sorprendían. Cada vez que la luz se apagaba sus pupilas se mantenían contraídas, incluso se podría decir que su iris empezaba a tener una oscuridad propia.
En su abrigo había naftalina en cada bolsillo, las polillas en él se posaban pero no agujereaban. Esa noche lo sacó del ropero y no le importó lo más mínimo que se quedasen estáticas en la tela. Se lo puso, pidió permiso a una de ellas que impedía el paso al bolsillo que contenía un cigarro antiquísimo y lo encendió con la última vela que alumbraba su habitación. El humo no hacía ninguna diferencia en su pulmón de madera ni en el membranoso. Es más, hasta parecía que lo limpiaba de todo lo que entraba.
Se alejaba de su aposento a un paso corto, hasta temeroso, y su cigarro era interminable. Paseó por las calles confundiendo palacios con favelas, y perdiéndose entre muros de concreto y árboles sin secretos. El humo salía por su boca que con el tiempo había logrado olvidar el sabor de la compañía. Éste fluía por el aire que le acariciaba su cara y luego volvía a buscar el camino de entrada a esa hostal tan solitaria.
Quizás las estrellas titilaban por las carcajadas que les daba ver a ese pobre hombre caminar de madrugada envuelto en polillas. Curioso me parecía que ellas no se movieran y trataran de alcanzar a la gran ampolleta que dirigía la risa. Talvez si lo hacían, apagarían la burla y dejarían caminar. Pero eran fieles al abrigo y de vez en cuando le advertían al hombre sobre algunas grietas que lo podrían hacer caer.
Los gritos de los pájaros y el cantar del viento lo llevaban a un lugar que él no sabía si podría recordar. Las estrellas seguían con su amiga la risa y las cejas del hombre crecían y crecían mientras se platinaban. Su mirada perdida pasó a ser una mirada cansada de estar perdida, pero ya nada podía hacer para cambiarlo. En un mundo donde no supo encontrar un lugar que buscar, ya no le parecía virtuoso hacer esfuerzos sin fe, sublevados a la escencia y la magia. En una vida que se encargó de quitarle todo lo que aspiraba a tener y lo calló cada vez que quiso apelar. Su cara estaba marcada con los bofetazos que ésta le dio.
El cigarro existía, las cenizas aún no. Las polillas se habían quedado dormidas poco tiempo después que él dejó atrás todo farol y abalanzaba sus pasos por entre el musgo de raíces que soñaron con llegar más alto y reír con los astros. El aleteo impulsivo de una que sufría un mal sueño, lo hacía sentirse menos solo, e incluso amado.
Sin darse cuenta llegó al corazón de los árboles, donde los insectos hacen sus rituales y las hojas todas convergen y rumorean sus desgracias. Las corrientes de aire chocaban desde todas las direcciones, y él se encontraba en el medio. Las cejas le chocaban con el ojo y le robaban sus colores tan opácos que hasta parecían felices de serlo. El humo de su cigarro incapaz de consumirse se quedaba frente a él y lo miraba. Lo miraba con cariño y paz, y le sonreía con comprensión. Luego intentaba volver a entrar, pero no podía.
Las corrientes se hastiaron de rugir y reposaron en las ramas algo desnudas. Las polillas dejaron de llorar y todas miraron hacia él buscando protección. Volvió a mover sus piernas y sintió cómo las polillas se apretaban a él, ajustando el abrigo. Caminó pisando hojas y escupiendo recuerdos fugaces, recuerdos que se plasmaban en la nube de humo que bailaba junto a él y le conversaba sin ser escuchada.
Se acordó de que estaba olvidando hasta quién era él. Las estrellas se escuchaban lejanas y empezaban a difuminarse entre unos rayos escurridizos de un sol naciente. La nube de humo del cigarro le dijo quién era y que ella sabía todo sobre él, por si llegaba a tener alguna duda, algún olvido. Mientras la escuchaba, sus cejas fueron creciendo mucho más, hasta el punto en que no podía ver, pero ahora el musgo movía sus pies y las polillas procuraban su equilibrio.
Dejó atrás los troncos vírgenes y raíces frustradas para acercarse a un sol que quiería exhibirse y enfrentarlo. Él estaba más confundido que antes, no recordaba cómo había llegado aquí, no recordaba a quién había llamado antes de salir, y ahora el olor a naftalina le recordaba que no sabía diferenciar entre realidad o ilusión. Sentía cómo sus cejas le hacían cosquillas en el cuello y seguían creciendo. Las polillas habían abandonado el abrigo poco a poco, para montarse en sus cejas. Caminó por entre el pasto y la nube de humo acompañaba acariciándole los pedazos de piel que quedaban al descubierto. En ese momento se olvidó de la soledad que lo había acompañado por tanto tiempo, y sentía una compañía original. El cigarro plantado entre los labios y pelos, el humo erótico, el musgo lazarillo y las polillas filiales que le cantaban con ternura. Fue cuando entre su pulmón de madera y el de plástico nació un tallo de flor que lo ahogó todo y detuvo el respirar. Su paso se detuvo y se sintió la paz, y entre las cejas que vestían al hombre, una tos se escapó y lanzó cientos de semillas que brotaron al chocar con el suelo. Crecieron de mil colores y millones de formas, y todas le sonrieron con amabilidad y agradecimiento. Las polillas lo abrazaron, el musgo lo hizo resbalar suavemente y empezó a caer. Con tranquilidad la nube de humo amortiguó su caída y mientras sus enormes cejas se desparramaban por todas partes tiñiéndose de los colores florales, las pequeñas alimufladas tomaron las bolitas de naftalina, se despidieron con llanto y volaron a un nuevo ropero. Y ahí quedó, el cigarro sin consumir y su humo fiel velándolo por siempre.
A estas alturas sus capacidades sensoriales se rehusaban a funcionar correctamente. Ya no sufría calofríos cuando el helar le golpeaba el hombro al caminar en el amanecer. Sus dedos ya no reconocían su propia piel, y aún así, sus ojos no se sorprendían. Cada vez que la luz se apagaba sus pupilas se mantenían contraídas, incluso se podría decir que su iris empezaba a tener una oscuridad propia.
En su abrigo había naftalina en cada bolsillo, las polillas en él se posaban pero no agujereaban. Esa noche lo sacó del ropero y no le importó lo más mínimo que se quedasen estáticas en la tela. Se lo puso, pidió permiso a una de ellas que impedía el paso al bolsillo que contenía un cigarro antiquísimo y lo encendió con la última vela que alumbraba su habitación. El humo no hacía ninguna diferencia en su pulmón de madera ni en el membranoso. Es más, hasta parecía que lo limpiaba de todo lo que entraba.
Se alejaba de su aposento a un paso corto, hasta temeroso, y su cigarro era interminable. Paseó por las calles confundiendo palacios con favelas, y perdiéndose entre muros de concreto y árboles sin secretos. El humo salía por su boca que con el tiempo había logrado olvidar el sabor de la compañía. Éste fluía por el aire que le acariciaba su cara y luego volvía a buscar el camino de entrada a esa hostal tan solitaria.
Quizás las estrellas titilaban por las carcajadas que les daba ver a ese pobre hombre caminar de madrugada envuelto en polillas. Curioso me parecía que ellas no se movieran y trataran de alcanzar a la gran ampolleta que dirigía la risa. Talvez si lo hacían, apagarían la burla y dejarían caminar. Pero eran fieles al abrigo y de vez en cuando le advertían al hombre sobre algunas grietas que lo podrían hacer caer.
Los gritos de los pájaros y el cantar del viento lo llevaban a un lugar que él no sabía si podría recordar. Las estrellas seguían con su amiga la risa y las cejas del hombre crecían y crecían mientras se platinaban. Su mirada perdida pasó a ser una mirada cansada de estar perdida, pero ya nada podía hacer para cambiarlo. En un mundo donde no supo encontrar un lugar que buscar, ya no le parecía virtuoso hacer esfuerzos sin fe, sublevados a la escencia y la magia. En una vida que se encargó de quitarle todo lo que aspiraba a tener y lo calló cada vez que quiso apelar. Su cara estaba marcada con los bofetazos que ésta le dio.
El cigarro existía, las cenizas aún no. Las polillas se habían quedado dormidas poco tiempo después que él dejó atrás todo farol y abalanzaba sus pasos por entre el musgo de raíces que soñaron con llegar más alto y reír con los astros. El aleteo impulsivo de una que sufría un mal sueño, lo hacía sentirse menos solo, e incluso amado.
Sin darse cuenta llegó al corazón de los árboles, donde los insectos hacen sus rituales y las hojas todas convergen y rumorean sus desgracias. Las corrientes de aire chocaban desde todas las direcciones, y él se encontraba en el medio. Las cejas le chocaban con el ojo y le robaban sus colores tan opácos que hasta parecían felices de serlo. El humo de su cigarro incapaz de consumirse se quedaba frente a él y lo miraba. Lo miraba con cariño y paz, y le sonreía con comprensión. Luego intentaba volver a entrar, pero no podía.
Las corrientes se hastiaron de rugir y reposaron en las ramas algo desnudas. Las polillas dejaron de llorar y todas miraron hacia él buscando protección. Volvió a mover sus piernas y sintió cómo las polillas se apretaban a él, ajustando el abrigo. Caminó pisando hojas y escupiendo recuerdos fugaces, recuerdos que se plasmaban en la nube de humo que bailaba junto a él y le conversaba sin ser escuchada.
Se acordó de que estaba olvidando hasta quién era él. Las estrellas se escuchaban lejanas y empezaban a difuminarse entre unos rayos escurridizos de un sol naciente. La nube de humo del cigarro le dijo quién era y que ella sabía todo sobre él, por si llegaba a tener alguna duda, algún olvido. Mientras la escuchaba, sus cejas fueron creciendo mucho más, hasta el punto en que no podía ver, pero ahora el musgo movía sus pies y las polillas procuraban su equilibrio.
Dejó atrás los troncos vírgenes y raíces frustradas para acercarse a un sol que quiería exhibirse y enfrentarlo. Él estaba más confundido que antes, no recordaba cómo había llegado aquí, no recordaba a quién había llamado antes de salir, y ahora el olor a naftalina le recordaba que no sabía diferenciar entre realidad o ilusión. Sentía cómo sus cejas le hacían cosquillas en el cuello y seguían creciendo. Las polillas habían abandonado el abrigo poco a poco, para montarse en sus cejas. Caminó por entre el pasto y la nube de humo acompañaba acariciándole los pedazos de piel que quedaban al descubierto. En ese momento se olvidó de la soledad que lo había acompañado por tanto tiempo, y sentía una compañía original. El cigarro plantado entre los labios y pelos, el humo erótico, el musgo lazarillo y las polillas filiales que le cantaban con ternura. Fue cuando entre su pulmón de madera y el de plástico nació un tallo de flor que lo ahogó todo y detuvo el respirar. Su paso se detuvo y se sintió la paz, y entre las cejas que vestían al hombre, una tos se escapó y lanzó cientos de semillas que brotaron al chocar con el suelo. Crecieron de mil colores y millones de formas, y todas le sonrieron con amabilidad y agradecimiento. Las polillas lo abrazaron, el musgo lo hizo resbalar suavemente y empezó a caer. Con tranquilidad la nube de humo amortiguó su caída y mientras sus enormes cejas se desparramaban por todas partes tiñiéndose de los colores florales, las pequeñas alimufladas tomaron las bolitas de naftalina, se despidieron con llanto y volaron a un nuevo ropero. Y ahí quedó, el cigarro sin consumir y su humo fiel velándolo por siempre.
4 Comments:
La verdad, no sé que poner. Siempre supe que podías escribir, no sé como se califica naftalina. "bien" es poco.
Lo que si me pregunto es de adonde se te ocurren todas esas cosas .. ¿¿??...
Me gustó mucho el cómo crecían las cejas, o el cómo me las imaginé que crecían. Me dio pena el cómo las estrellas titilaban para reirse de él.
Puta cristian (como te dice la luzma): recopilalos todos y haste un libro.
Nacha
alimufladas?
detalles grandes detalles
Siempre me ha encantado la manera en la cual escribes, me encanta especialmente aquel cuento que permanece aún conmigo ..
No olvides nuestro "pendiente"
suerte, cuidate mucho..
Pequeña Damita
ERES GRANDE, DE VERDAD. GRAAANDE. NO LO OCULTES, SIEMBRALO POR TODAS PARTES. ERES GENIAL
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