Luminae
Mientras las luces se apagaban, las luciérnagas se perdían entre ramas. Vagaban de hoja en hoja y rumoreaban los romances de las telarañas. Evadían una tras otra, con una agilidad que las mantenía a salvo. Se dirigían a un lugar desconocido que solamente ellas sabían encontrar. Estaba más allá de las raíces, en lo profundo de las corrientes, lejos del mar y del desierto, perdido entre las sombras y angustiado por su ausencia. Quién sabe, talvez cuando se acerquen se le aviven los colores.
Ella las vio salir del bosque, o adentrarse más en él, y las siguió con sigilo. Con sus zapatitos corría en silencio, aguantando la respiración y evadiendo las hojas secas. Se asiluetaba en los troncos cuando una de ellas se torneaba a mirar hacia atrás, pero la falda de su vestido no se hacía invisible tras cortezas. Eran pequeñas lucecitas que tácitamente eran perseguidas por la niñita que había escapado a su hora de sueño por pura curiosidad. Las perseguía desde su patio, saltó la pandereta y continuó por el bosque aledaño. Poco le importaba alejarse mucho de su casa, sentía seguridad al estar cerca de esas luces amarillas. Estaba tan concentrada en la estela lumínica que hasta podía alcanzar a escuchar el leve zumbido que éstos bichitos lumínicos producían. Quizás eran las luces, pero podría asegurar que era una conexión que compartían lo que la hacía ir con ellas sin temor, no dudar en alejarse de su hogar donde sus padres estaban en silencio en el comedor bajo la lámpara colgante, él pensando en cómo haría para pagar las cuentas y ella en el amor que tiempo atrás había idealizado. Y ahí estaba ella, perdiéndose más allá de los helechos de un verde brillante que relampagueaba con el pasar de las luces aladas. Los latidos de su corazón se aceleraban cada vez que daba un paso, y casi se le escapaba del pecho cuando veía a la del final voltearse y mirarla con una sonrisa de complicidad. Le maravillaba pensar que era su pequeño secreto, que entre todas, había encontrado una amiga que gustaba de verla tras suyo, pensar que si ella se perdía en la oscuridad, esa luciérnaga se preocuparía y la iría a rescatar. Eso le hacía correr el corazón, pero no de nervios, sino de felicidad, no estaba sola. Sin darse cuenta, la noche se estaba yendo, quería entrar la madrugada y el frío entumecía sus pequeños bracitos al descubierto. Y cuando las hojas ya no dejaban ver ni siquiera un pedazo de cielo, las luciérnagas se acumularon en un espacio entre arbustos que no se podían ver a pesar de la luz que existía. La niña dejó de caminar y mantuvo distancia para ver qué pasaba, pero se le acercó esa luciérnaga, la que la miró durante el viaje, y patinando por su mejilla la convenció de que se mezclara con ellas.
La felicidad la inundó y caminó con cuidado entre las raíces milenarias que desconoce el ojo humano para llegar a ese espacio lleno de luz dinámica. Maravillada miró cómo todas la rodearon y por primera vez conoció la voz de la luz. Con su aleteo le entonaron canciones que sólo suenan en los confines del mundo y la llevaron a uno nuevo. Y dentro de un torbellino de lucecitas su vestido empezó a tener luz propia y sus ojos revelaron colores indescriptibles que se mezclaron con el vuelo y tiñieron todas las hojas y ramas del lugar. Y ella seguía sintiéndose segura junto a sus lucecitas.
Ella las vio salir del bosque, o adentrarse más en él, y las siguió con sigilo. Con sus zapatitos corría en silencio, aguantando la respiración y evadiendo las hojas secas. Se asiluetaba en los troncos cuando una de ellas se torneaba a mirar hacia atrás, pero la falda de su vestido no se hacía invisible tras cortezas. Eran pequeñas lucecitas que tácitamente eran perseguidas por la niñita que había escapado a su hora de sueño por pura curiosidad. Las perseguía desde su patio, saltó la pandereta y continuó por el bosque aledaño. Poco le importaba alejarse mucho de su casa, sentía seguridad al estar cerca de esas luces amarillas. Estaba tan concentrada en la estela lumínica que hasta podía alcanzar a escuchar el leve zumbido que éstos bichitos lumínicos producían. Quizás eran las luces, pero podría asegurar que era una conexión que compartían lo que la hacía ir con ellas sin temor, no dudar en alejarse de su hogar donde sus padres estaban en silencio en el comedor bajo la lámpara colgante, él pensando en cómo haría para pagar las cuentas y ella en el amor que tiempo atrás había idealizado. Y ahí estaba ella, perdiéndose más allá de los helechos de un verde brillante que relampagueaba con el pasar de las luces aladas. Los latidos de su corazón se aceleraban cada vez que daba un paso, y casi se le escapaba del pecho cuando veía a la del final voltearse y mirarla con una sonrisa de complicidad. Le maravillaba pensar que era su pequeño secreto, que entre todas, había encontrado una amiga que gustaba de verla tras suyo, pensar que si ella se perdía en la oscuridad, esa luciérnaga se preocuparía y la iría a rescatar. Eso le hacía correr el corazón, pero no de nervios, sino de felicidad, no estaba sola. Sin darse cuenta, la noche se estaba yendo, quería entrar la madrugada y el frío entumecía sus pequeños bracitos al descubierto. Y cuando las hojas ya no dejaban ver ni siquiera un pedazo de cielo, las luciérnagas se acumularon en un espacio entre arbustos que no se podían ver a pesar de la luz que existía. La niña dejó de caminar y mantuvo distancia para ver qué pasaba, pero se le acercó esa luciérnaga, la que la miró durante el viaje, y patinando por su mejilla la convenció de que se mezclara con ellas.
La felicidad la inundó y caminó con cuidado entre las raíces milenarias que desconoce el ojo humano para llegar a ese espacio lleno de luz dinámica. Maravillada miró cómo todas la rodearon y por primera vez conoció la voz de la luz. Con su aleteo le entonaron canciones que sólo suenan en los confines del mundo y la llevaron a uno nuevo. Y dentro de un torbellino de lucecitas su vestido empezó a tener luz propia y sus ojos revelaron colores indescriptibles que se mezclaron con el vuelo y tiñieron todas las hojas y ramas del lugar. Y ella seguía sintiéndose segura junto a sus lucecitas.
2 Comments:
masterpiece , en especial por el titulo =)
F.A.O. , tu admirador anónimo
ME GUSTAS, PERO ME ASUSTAS
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