El piano, el cigarro y... el ropero?
Estaba sentado frente a su piano, fumando un cigarro más, cuando el dolor en el pecho se tornó insoportable. Se cayó de su banquillo y quedó mirando la ampolleta que colgaba de su techo despedazado. El cigarro se acostó a su lado. Su respiración era interrumpida por espasmos torácicos y el sudor le corría por la frente y el cuello. Para él no era nuevo, era más fuerte, pero no nuevo. La otra vez había salido vivo, o por lo menos eso creyó. Ahora sus ojos perdieron el foco y la luz de su ampolleta comenzó a perder intensidad hasta que todo estaba oscuro. Ya no sentía ningún sonido, ni el de su gato tratando de rescatarlo ni el de la policía en el callejón, todo estaba en silencio. A pesar de esta situación desesperante, él sentía una paz impresionante, el dolor de su pecho ya no lo sentía y le costaba sentir su propia presencia. Hasta que sintió una presencia mucho más fuerte, y esa oscuridad le besó la frente. Y mientras lo mecía delicadamente, él le dijo:
-¡Suéltame! Todavía no me voy contigo, yo puedo con esto. ¡Suéltame!
Ella le sonrió casi con lástima y le limpió la frente con su mano, luego le acarició el pecho y se alejó. La luz volvió a sus ojos y el ruido a sus oídos... y el dolor a su pecho. Cuando miró su pecho notó una protuberancia palpitante. Trató de controlarla con meditación, pero era muy difícil. La alfombra estaba empapada de sudor cuando la protuberancia reventó, sus pupilas no se veían y el dolor desapareció. Lo único que sintió fue algo tibio que recorría cada parte de su cuerpo, mientras su gato le lamía las lágrimas, quizás sabía que sería la última vez que recibiría algo de su parte. Y en un último esfuerzo miró al banquillo frente al piano en el que antes estaba sentado y ahí estaba ella mirándolo con la misma sonrisa de antes, mientras recogía el cigarro de su lado y esparcía las cenizas por las teclas del piano. Sus ojos se cerraron y sintió nuevamente los labios amargos en su frente.